Malditos bastardos.

“Érase una vez… en la Francia ocupada por los alemanes de 1940”. La película empieza maravillosamente, con el tema “The green leaves of summer”, compuesto por Dimitri Tiomkin, tema musical de “El Alamo” (John Wayne, 1960). Y de ahí a Ennio Morricone. Desde el principio nos informan de que vamos a ver una película a ritmo de western. Vale, esto me empieza a interesar.

El comienzo me hace recordar “Centauros del desierto”. Algunos, lo sé, me dirán que soy un exagerado y que veo Centauros por todas partes, pero la masacre de una familia y una niña que sobrevive…, en fin, no insisto. Pero me lo recuerda.

De cualquier modo, toda la película está atravesada de un profundo conocimiento del cine. Hay referencias por todas partes. Es una película sobre el propio cine. El personaje de Pitt cuyo nombre Aldo Raine recuerda al actor clásico del cine bélico Aldo Ray; la marca del cuello me hizo recordar la película “Cometieron dos errores” de Ted Post y con el infatigable Clint Eastwood.
Una de las cosas más destacable de esta película bélica es la absoluta escasez de gloria que contiene. Es completamente novedosa en su diseño, muy audaz en su planteamiento y mantiene la agresividad de la obra anterior de Tarantino. Sólo a él se le podía ocurrir crear una banda de judíos arrancacabelleras. La peli está hecha desde el más sano desparpajo.
La estructura de la película en capítulos, como si fuera una novela, es como una especie de marca de la casa. Cada capítulo aborda un género cinematográfico distinto. Pero el motor de la historia, la venganza como coartada moral, permanece a lo largo de toda la película. “Malditos bastardos” conceptualmente se sitúa cerca del cine de Fuller, Aldrich o Peckinpah.
Hans Landa se constituye en el centro de la historia. La fascinación que ejerce sobre el espectador es absoluta. Y se basa en el terror que provoca mediante un uso del lenguaje que semeja un bisturí. El lenguaje en esta película es casi un personaje en si mismo. Se habla y se juega con los idiomas (inglés, alemán, francés e italiano). Las largas escenas en que Landa habla de cosas, a veces anodinas, constituyen una tensa espera de algo que estallará, casi siempre de forma inusual. Esa tensa espera que hemos visto en los filmes de Sergio Leone por ejemplo. La diferencia es que Leone nos hace esperar con silencio. El prólogo de la película, con una feroz fuerza dramática, es un perfecto retrato de Landa.
Por lo que respecta al lenguaje y la espera ocurre algo similar con la larga y brillante escena que se desarrolla en la taberna.
La escena en que se acaba con la plana mayor nazi en un cine de París es una especie de ajusticiamiento con el que Tarantino se permite corregir la historia. Y el medio que usa, metáfora y realidad a un tiempo, es la película de nitrato: el poder del cine. Tarantino, con su cínico sentido del humor, también hace que al final de la película el auténtico héroe sea Hans Landa, el coronel nazi. Nunca antes hemos visto una película bélica como ésta. Rompe con todos los moldes conocidos.
He leído comentarios de algunos sesudos críticos cinematográficos que critican la película por su falta de rigor histórico. Me permito recordar a todos esos mamelucos que “Malditos bastardos” comienza con un “Erase una vez…”. Hay gente muy obtusa, qué le vamos a hacer.
Quizá como en ninguna otra de sus películas consigue Tarantino hacernos ver la violencia, siempre a través de Landa. Quedando la violencia visual como un elemento divertido, casi coreográfico, y desde luego completamente desdramatizado.
Si tuviera que poner un calificativo a esta película, uno sólo, sería sin duda “audaz”. Tarantino vuelve a cambiar la dirección del cine. La última frase de la película parece que la pronuncia el propio Tarantino “creo que ésta podría ser mi obra maestra”.