Es lo que tiene vivir en una sociedad hipotecada; el banco, ya se sabe, siempre cobra. Y para poder pagar tenemos que seguir pidiendo prestado. Yo no tengo claro si las medidas del gobierno servirán para algo, y creo además que pecan de injusticia en muchos casos; lo que parece evidente es que esas medidas no dejan de ser el cumplimiento de las órdenes que nos dan quienes nos prestan el dinero.

Es para ponerse de muy mala leche que aquella gente que nos ha traído hasta aquí se arrogue el poder de sacarnos del lío. La falta de control, del Banco de España, de la CNMV, del Tribunal de Cuentas o de los sucesivos ministerios económicos, durante años ha permitido que muchos ciudadanos tengan ahora hipotecas que no pueden pagar; hipotecas que nos permitían no sólo adquirir una vivienda, sino también los muebles y un BMW, y con lo que nos sobraba unas vacaciones.

Esto comenzó con Aznar y se expandió con Zapatero. Y a Zapatero le estalló. Y con él a todo el país. Y desde que la bola de nieve empezó a caer no ha dejado de ampliar su tamaño llevándose por delante todo aquello que nos conformaba como una sociedad cómoda y satisfecha de sí misma.

Desde 2007 y hasta ahora el país ha acompañado a nuestros gaseosos gobiernos en la práctica de mirar hacia otro lado; y ahora que el tren de la política ha descarrilado todo el mundo ve ya con claridad el sobredimensionamiento de las Administraciones Públicas, y con ello el crecimiento disparatado de su coste y la, al menos proporcional, ineficacia e ineficiencia de las mismas. La clase política en España ha demostrado un dominio absoluto de los resquicios del Estado para quedarse con los márgenes; a esta misma clase pertenecen sindicatos y confederaciones empresariales, claro. Y ahora, de toda la incompetencia y de todo el mangoneo, seremos corresponsables. Ni los interinos ni los miles de personas contratadas a dedo en puestos bajos o medios de la Administración son los responsables de nada, excepto de buscar un empleo. Ni los autónomos ni las PYMES son responsables de las políticas de estrangulamiento que han terminado con cientos de miles de despidos.

Cuando nuestras Administraciones tomen decisiones con criterios técnicos y no con criterios políticos empezaremos a enfilar la buena dirección, justo la contraria que llevamos siguiendo más de una década y que nos ha llevado a tener casi 50 aeropuertos y más o menos el mismo número de Universidades públicas o a dinamitar el sistema financiero a través del uso político de las Cajas de Ahorros.

Mientras, como siempre, los partidos políticos andan a lo suyo, que no coincide con lo nuestro. Me levanta el estómago oir hablar a Rubalcaba y su cuadrilla -¿es que no sois vosotros los que nos habéis traído hasta aquí?-, a la Cospedal y sus colegas -¿cuándo váis a dejar de hablar de Zapatero y asumir que no habéis hecho nada mientras tanto?- a Cayo Lara pidiendo la “sublevación” –nada menos- de las Comunidades Autónomas. Todos ellos deberían ser despedidos por incompetentes.

Y no estaría de más que empezáramos a reflexionar seriamente si Europa es nuestra salvación o nuestra condena. Hace más de veinte años se abrió en España un debate sobre la Europa de los Mercaderes o la Europa de los Ciudadanos; ahora sabemos quién lo ganó. La idea de Europa es bonita, romántica y antigua, pero recordemos que todo lo hecho por y para la Unión Europea ha tenido carácter económico. Con esta excusa y motor hemos tenido años de gobiernos arrogantes y ahora nos queda un gobierno desesperado. Bajo el pretexto europeo nos colocaron una política monetaria común pero no una economía ni una fiscalidad común. De aquellos polvos estos lodos.