“Un idealista es alguien que, notando que las rosas huelen mejor que las coles, concluye que también harían mejor sopa”.

Henry Louis Mencken

Desde mi pesimismo antropológico no puedo comprender ni compartir esa bonachona simpleza con la que algunos políticos vienen hablando (por cierto, más tiempo del que yo vengo escuchando) sobre la “mirada positiva”; que traducido viene a ser algo así como que si deseamos que algo ocurra ocurrirá si lo deseamos suficientemente. Esta política de cuento de hadas la vienen sosteniendo algunos políticos que se sitúan en una supuesta superioridad moral (la de cierta izquierda “progresista”, “conlacaralaváyrecienpeiná” –exenta de los escándalos de los ’80 y ‘90”).

Un día tras otro los sufridos ciudadanos, asistimos al espectáculo lamentable con que nuestra clase política nos obsequia: incompetencia, mala gestión, falta de claridad, espionaje, mordiscos en el cuello del rival, etc. Sufrimos el engorroso mundo político en los mismos términos que sufrimos el enojoso mundo de la almorrana: en silencio y con cierta vergüenza.

En nuestra doble condición de sujeto agente de lo electoral y sujeto paciente de lo gubernamental, es hiriente e indignante que, semana sí, semana también, nuestros gobernantes, de cualquier color que sean, nos hagan sufrir la demostración palmaria de que el Principio de Peter es genuinamente exacto; ya sabéis: “en una organización las personas serán promocionadas hasta su máximo nivel de incompetencia”.

Pues a pesar de todo, y basándonos en la política de cuento de hadas (Pensamiento Alicia, que dice Gustavo Bueno) yo no desespero de ver como cualquier día asistiremos a la sustitución del Ministerio de Economía por un Ministerio del Estolocuadroyo, que muy bien podría dirigir Sebastián el Formidable, del Ministerio de Vivienda por el de Birlibirloque, este se lo deberían dar a Luis “el Fastuoso” del Rivero, el de Sacyr, y no estaría de más que llamando a las cosas por su nombre el Ministerio de Igualdad pasara a ser el Ministerio Genital, permaneciendo, eso sí, bajo el yugo de Bibi la Clarividente o en su caso de Maleni la Enardecida, que seguro que también daría mucho juego.

En fin, que estamos ante una época de crisis que se resuelve desde las más altas instancias con una suerte de bizantinismo ideológico tuneado. Fue Marx, no Groucho, sino Carlos, el que dijo en el primer volumen de El Capital, si mi memoria no me falla, y de cintura para arriba no me falla nada, que “a falta de ideas se sale del paso con una palabreja”. Y a nosotros nos sobran palabrejas: calidad, sostenibilidad, diversidad, ciudadanía, innovación, multiculturalismo, y otras de la misma ralea, que se entremezclan en un misterioso batiburrillo para dar por resultado “lo progresista”. Este progresismo, adornado con un encurtido idealista, está siendo suficiente para que con las buenas intenciones que a todos nos guían asfaltemos el camino que nos queda por recorrer.

Y así nos vemos ahora, girando permanentemente sobre el mismo punto, como un manco en una barca.