“Uno no comprende de veras a una  persona hasta
que considera las cosas desde su punto de vista
… hasta que se mete en el pellejo del otro
 y anda por ahí como si fuera el otro”.

Novela situada a mediados de los años 30 en una sureña Alabama, ensombrecida por la Gran Depresión. La sociedad de Maycomb, como la de otros muchos lugares, sufre patológicamente de odio racial, de ignorancia y de desigualdad.

Un amplio y diverso mosaico de personajes deambulan por la novela, con encarnaciones de la inocencia o la justicia, pero también de la hipocresía y de la discriminación. Y de entre todos ellos, uno, Atticus, nos ayudará a entender la vida en Maycomb, aleccionándonos como a niños sobre la justicia, el coraje o la dignidad.

La figura de Atticus Finch, engrandecida por la visión que de él nos ofrece Scout, su hija, es el contrapeso moral de lo narrado. Un contrapeso a veces envarado, pero sin duda regido por una directriz igualitaria, tolerante y humanista. Y es el gran acierto de la novela su narradora: una Scout ya adulta que evoca, sin interferirlos, sus recuerdos de la niñez. Así podemos contemplar todo el relato con la inocencia genuina, sin malear aún por el paso de los años y la educación, de una niña.

Las pequeñas peripecias de los niños en torno a la inquietante casa Radley y al misterio de Boo van adquiriendo el significado y el valor de lo desconocido, de lo prohibido, de la aventura al fin y al cabo; como también adquiere valor el árbol que Boo utiliza como medio de comunicación, dejando obsequios para Jem y Scout, acercándose distantemente a ellos.

Por cierto, parece que el personaje de Dill, compañero de correrías infantiles de Jem y Scout, está inspirado en Truman Capote, de quien Harper Lee fue íntima amiga.

Y entre las aventuras infantiles detienen al negro Tom Robinson acusado de violar a una joven blanca. Y Atticus será el abogado defensor de este pobre negro, ya condenado cuando comience el juicio. Atticus, con aplomo, y sus hijos, Jem y Scout, con rabia, comenzarán a sufrir los embates que la sureña sociedad de Maycomb reserva para los “ama-negros”. Y con el mismo aplomo disparará y matará Atticus al perro rabioso que camina libremente, como caminan los prejuicios, por las calles de Maycomb. El sheriff ordena a Atticus disparar y él acata la orden, de igual manera que el juez pide a Atticus que se haga cargo de la defensa de Tom y también Atticus acepta. No es hombre que de la espalda a su sociedad aunque muchas de las cosas que allí ocurren no le gusten.

Con solvencia demuestra Atticus en el juicio la imposibilidad de que Tom Robinson sea culpable; los niños asisten al juicio, y creen que su padre conseguirá salvar al acusado puesto que ha probado claramente su inocencia. Pero esto no es suficiente en Alabama y el negro Tom es condenado. Portadores de una fina inteligencia natural, Jem y Scout, van descubriendo un mundo lleno de prejuicios al tiempo que percibiendo la valiente resistencia que Atticus opone a este entorno. Ver lo injusto de esta condena es quizá el más violento contacto de los niños con el mundo real, con el mundo de los adultos.

Mas no es Atticus Finch un hombre propenso a la rendición y recurrirá. Y además, como en muchas páginas a lo largo de la novela, explicará a Jem y Scout, con suavidad y firmeza, qué y porqué ocurre lo que ocurre. Y de esta sencilla manera, sin ocultar nada a sus hijos, a los que siempre habrá de mirar de frente y con orgullo, este hombre decente va educando sin concesiones a los niños. En este proceso educativo es cómplice fundamental Calpurnia, la criada negra de los Finch. Su criterio y determinación para con los niños es aceptado plenamente por Atticus. Y en el parsimonioso transcurrir del tiempo Jem y Scout irán, lenta y gradualmente, aceptando las convenciones sociales entre las que tienen que vivir.

La publicación de “Matar un ruiseñor” en el comienzo de la década prodigiosa, en unos años marcados –desde mediados de la década de los 50- por la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos no es casual. Harper Lee nos habla del odio racial de los años 30 para elaborar un discurso perfectamente engranado en el ritmo de los acontecimientos de los años 60.

A pesar de lo que cuenta “Matar un ruiseñor” es una de esas novelas que se leen con una sonrisa permanente en los labios. Escrita con una calidez difícilmente imitable Harper Lee construye una de las grandes novelas americanas del siglo XX, edificada sobre el final de la inocencia y las laceraciones de la bondad. Sin duda te conmoverá.