Centauros del desierto.

Espero que nadie discutirá que es uno de los grandes western de la historia. Dirigida por el prodigioso e infatigable John Ford, creador del género, de sus paisajes y su mitología. Impresionante autor de un puñado impresionante de impresionantes películas.

Ethan Edwards es un outsider, un excluido, un hombre profundamente resentido, consumido por derrotas que jamás aceptará. No deja de ser un personaje con una crueldad nietzscheana, sustentadora de la civilización. Y la interpretación de John Wayne (el Duque) es inconmensurable y conmovedora. Para mí Ethan es uno de los personajes más fascinantes del cine.

Tenemos presente aquí una de las ideas recurrentes del western: la frontera, la divisoria entre barbarie y civilización. Y también es allí donde psicológica y moralmente se encuentra Ethan. Su aridez se amalgama con el paisaje.

La narración es limpia, diáfana. La agilidad, la sutileza y el ritmo con que Ford dirige la acción es difícil de superar, mezclando la historia de la búsqueda con escenas familiares, sin que la película se resienta en ningún momento. Ford, un hombre curtido en el cine mudo, hace aquí auténticas maravillas con la imagen, tanto que economiza en diálogos. Fijaos en el uso de la fotografía, en la expresividad, las acciones, los pequeños gestos de los actores. La forma de rodar en el Monument Valley, es el abc del lenguaje cinematográfico. Lo hemos visto muchas veces después de él: el montaje de la persecución, los amplísimos planos generales, etc.

La música de esta peli la compuso un muchachito, Max Steiner, autor también de “King Kong”, “La carga de la Brigada Ligera”, “Lo que el viento se llevó”, “Casablanca” y otras doscientas y pico de películas: uno de los grandes. La fotografía de Winton C. Hoch es sencillamente soberbia: el rojizo de la tierra sobre el fondo azul del cielo, el contraste entre la nieve y los tonos oscuros que utiliza en determinadas escenas convierten a la fotografía en una guía por el tiempo de esta película. Como digo: soberbio.

La manera de rodar de Ford consistía en colocar la cámara en el lugar adecuado y dejar a los actores hacer su trabajo. El decía “sólo intento poner la cámara en el sitio más lógico”. Por ello, veréis que en sus películas no son demasiado abundantes los movimientos de cámara. En cierta ocasión le preguntaron a Ford “¿Cuándo cree usted que debe moverse la cámara?”, su respuesta fue contundente: “cuando hay motivo”. No tenia por costumbre repetir tomas porque “no ruedo nada que no quiera ver en la película”. Esto último hay que decir que también le ayudaba a controlar el montaje. Al haber poco metraje adicional no se podían introducir demasiados cambios.

Ford solía exponer a sus personajes como si estuvieran en un escaparate. No le gustan los jueguecitos con la cámara: ahora aquí, ahora allá, ahora un plano, ahora un contraplano. Nada de eso. Era un maestro de la composición. Siempre actuaba del mismo modo: él compone la escena, pone un cámara (escogía él la situación de la misma) y dejaba a los personajes actuar. El punto de vista del director no suele interferir en sus películas. En Ford, el fondo y la forma son intrínsecamente uno. No hay ambigüedad en sus películas.

Uno de los grandes aciertos de este rodaje fue el uso del Vistavision, un formato panorámico creado por la Paramount para competir con el CinemaScope. Este formato hacia que el negativo pasase por la cámara de forma horizontal, con lo que se conseguían imágenes con el doble de tamaño y gran calidad, manteniendo, eso si, los veinticuatro fotogramas por segundo.

La entrada de Wayne en escena, como un lejano fantasma, una sombra del pasado, que conoceremos desde la casa, desde la perspectiva de la familia, que nos lo presenta, mientras él, en un plano general, se nos va acercando lentamente. Su actitud hierática y su espíritu furioso, su intolerancia, la continua reafirmación de su propia identidad, revelan en Ethan una complejidad y unos dilemas contra los que finalmente, en parte, se rebela.

La prodigiosa sutilidad del tratamiento de los personajes tiene una de sus mejores muestras cuando se insinúa la relación prohibida entre Ethan y la mujer de su hermano, Martha, al ir ella a recoger su capote para que él se marche: ¿se puede decir más con un solo gesto? Martha supone la primera gran derrota que sufre Ethan y el origen de su desarraigo.

La película es un magnifico ejemplo de la tensión entre las normas sociales y la libertad del mundo natural. El sentido de comunidad que siempre está en Ford y que en sus películas es representado siempre a través de escenas rituales (bodas, funerales,…).

Y como contrapunto, es en “Centauros del desierto”, quizá como en ninguna otra de sus películas, donde late con mayor fuerza el individualismo radical que atraviesa todo el cine de Ford. Ethan supone la exacerbación de ese individualismo mientras el resto de los personajes significan la encarnación del espíritu protestante tan ligado a la fe en el progreso.

Esta película ha sido tachada muchas veces de racista y fascista, entre otros por Amenábar. Sin embargo, en ella no aparece en ninguna ocasión el resultado de las salvajadas de los indios (tratadas siempre mediante elipsis narrativa), mientras que abundan los ejemplos de los “civilizados actos” del hombre blanco. Aún más, conforme se va desarrollando la acción nos va costando cada vez más distinguir entre el heroico Ethan y el malvado Cicatriz. El propio John Ford ha sido muchas veces calificado de racista también. Bueno, está bien, todo el mundo tiene derecho a decir las patochadas que quiera. John Ford, a quien los indios navajos le pusieron el nombre de “Natani Nez” (Jefe Alto), fue considerado como miembro honorario de esta tribu; ah, y no sólo los contrató en infinidad de ocasiones para sus películas, sino que además fue el primero en pagarles los honorarios que establecía el sindicato. Esta película habla de los temas recurrentes de Ford, por cierto, los mismos de la novela clásica: el honor, el deber, el amor, la familia,…, temas todos ellos incomprensibles, al parecer, para el genio Amenábar. Por cierto, también dice que es una película mal contada. En fin, como decía el poeta “bajo el birrete de un doctor se puede esconder el cráneo de un idiota”.

Si Ford se nos muestra como un consumado organizador de espacios en esta película, no menos lo hace como un gran manipulador del tiempo; el uso de las elipsis y de los flashbacks es más que notable. Hay uno larguísimo (una media hora), que comienza con Laurie leyendo la carta de Martin.

En “Centauros” las mujeres poseen un alto valor simbólico: educan, dan estabilidad y dirigen a los hombres. En las escenas que se desarrollan dentro de las casas ordenan y mandan de una forma natural y no discutida. Representan a la propia civilización, al hogar, a la familia, en definitiva, el asentamiento.

La escena final en que vemos a Ethan en el centro del plano, pero fuera del hogar, alejándose de nuevo de la comunidad -una escena encuadrada en el marco de una puerta que se cierra- es la imagen del desamparo. Todos van entrando en la casa. El, sólo, vacila ante la puerta, pero se gira, se marcha: no pertenece a ese mundo. Su alma, como Monument Valley, a donde vuelve, es un paraje desértico. La película nos deja un extraño poso de tristeza.

Esta película, salvaje, hostil, narra la singladura de Ethan en una conmovedora búsqueda de redención. Si no recuerdo mal, y, creedme, no lo hago, era Wittgenstein quien afirmaba que el western era el género de la ética porque en él los hombres deben decidir por sí mismos: les faltan aún las instituciones.

Sobre Wayne solo cabe decir aquello que le dijo John Ford a Howard Hawks, cuando este último lo dirigía en “Río Rojo”: “¡pero si el cabrón sabe actuar!”. Si algo representa John Wayne es el carisma y el magnetismo. Como dijo alguien, “una película con John Wayne es una película de John Wayne”. Por lo demás y como en tantas otras de sus películas la nómina de secundarios, pertenecientes a la Compañía Estable de John Ford es amplia: Ward Bond, Ken Curtis, John Qualen, Olive Carey, Hank Worden, Harry Carey Jr.,…

Supongo que a estas alturas nadie discutirá que Ford era un genio. Sus películas están siempre recubiertas de ironía y complejidad, tienen un aliento distinto. Era un cineasta valiente, muy lejos de los actuales directores sensibleros y papanatas que tanto abundan hoy. Para mi Ford es al cine lo que Conrad a la novela. Sus películas constituyen una auténtica guía moral.

Como dice un personaje en “El hombre que mató a Liberty Valance”: “Esto es el Oeste, señor, cuando la leyenda se hace realidad,…, se imprime la leyenda”.