Capitanes intrépidos.

Película de aventuras y drama moralizante a un tiempo. De las que te ponen el pecho tierno. Muy del gusto del Hollywood de la época. Victor Fleming, el director, era un artesano del cine. Comenzó muy pronto en él; de hecho fue director de la segunda unidad en “Intolerancia” (David W. Griffith, 1916). Y posteriormente dirigió Fleming algunos grandes clásicos como “El mago de Oz” o “Lo que el viento se llevó”.

Esta película es una adaptación de la novela del gran Kipling, con Spencer Tracy y Lionel Barrymore y el niño Freddie Bartholomew, en la que nos narra el viaje hacia la madurez de un niño. Nos cuenta como la atención, el cariño y la disciplina son capaces de poner en la senda adecuada la joven alma de un pequeño déspota. Y es Manuel (Spencer Tracy), un rudo pero tierno pescador portugués, quien se encargará de moldear a este pequeño dictador.

Una de las críticas que se le suele hacer a esta película es que es una película infantil que además no interesa a los niños porque es antigua y en blanco y negro. Ya me habéis oído comentar en otras ocasiones la alta densidad de tontos del haba que pueblan el país. Decir que “Capitanes intrépidos” es una película infantil, así, a secas, es no tener ni puñetera idea de las cosas de que se nos habla en ella. Que a los niños no les interesará por antigua y por el color solo puede afirmarse deambulando por los escasos territorios de mentes angostas.

El cine, las buenas películas, tienen la capacidad de dejarnos huella. Y ésta, que lo es, habla de algunos valores en vías de extinción, en los que quizá, hoy, se debiera insistir algo más. Porque suele ocurrir que en el cine clásico los giros en el guión conducían a conflictos y cuestiones que tenían que ver con la moral. En el actual más bien nos conducen a la acción.

Qué actual el papel del padre de Harvey (Melvyn Douglas). Ocupado en su trabajo, en sus negocios, premia a su hijo consintiéndole casi todo para compensar su propia desatención hacia él. Todos los problemas de Harvey se resumen en uno: la falta de afecto.

Cada plano, cada diálogo de esta película es como un trocito del alma de un niño, que se va construyendo, sin prisa, pero sin pausa, para ofrecernos la mejor creación que podemos construir: un hombre de bien, un hombre decente. Y todo ello con la música portentosa de Franz Waxman.

En “Capitanes intrépidos” Harvey va descubriendo lo humano que tiene a través de Manuel, y esto provocará en el chico una fisura importante. Los sentimientos que tiene por Manuel ocupan el lugar de los que corresponden a su padre. Los descubrimientos que va haciendo no son, al principio, alegres, sin embargo, van enriqueciendo el carácter del niño para depositarlo, tras su enfrentamiento con la desgracia y la muerte, en una pequeña madurez. Este es el esqueleto dramático de la película, que queda reforzado además por el ritmo sostenido con que se narra. Es una obra maestra imperecedera e incuestionable, rebosante de sinceridad y emotividad. ¿A quién no le gustaría estar en la barca de Manuel?