Anatomía de un asesinato.

Esta película gira entorno a una violación y un asesinato por “envenenamiento de plomo”. El abogado Paul Biegler se hace cargo de la defensa y en primer término debe conseguir una percha legal donde colgar la argumentación. “Un asesinato se defiende de cuatro formas. Número uno, no fue asesinato, fue suicidio o accidente. Número dos, usted no le asesinó. Número tres, estaba justificado, lo hizo para proteger su hogar o fue en defensa propia. Número cuatro, matarlo puede excusarle”. Cuando su defendido dice que “debía estar loco cuando cometió el crimen” encuentra la percha que necesita: la  locura transitoria.

 

 

Otto Preminger, el director, buscó intensamente en la década de los 50 un acercamiento al cine analítico. Y quizá es en esta película donde lo consigue con mayor éxito, puesto que, además, el tema, el proceso judicial, se lo pone en bandeja. La precisión y el detalle con que Preminger desgrana la acción es propiamente una lección de anatomía cinematográfica; todo está perfectamente pulido. Y ello sin perder un ápice de coherencia narrativa. Partiendo de un guión soberbio, Preminger dirige con una rotundidad impecable esta película. Además, una de las cosas que más me gusta película es cómo cuida la introducción de los personajes, con auténtico mimo.

A nivel visual esta película tiene algunos grandes aciertos: los encuadres son bastante llamativos, en ningún momento se utiliza el flashback, que en los dramas judiciales suele ser un recurso muy útil, y sobre todo el muy inteligente uso de planos medios y planos generales como recurso habitual. La sobriedad, la aridez incluso, es una característica de esta película, a la que contribuye el intenso aroma a cine negro, reforzado por una potente banda sonora creada por Duke Ellington. La música en la película es un personaje tan importante como el del propio James Stewart.

 

Esta peli tuvo algunos problemas con la censura a causa de su crudeza. Fundamentalmente, por un uso del lenguaje no aceptado en la época, por unas bragas. La sensualidad que destila Lee Remick aquí tampoco ayudó demasiado. Además, la ambivalencia moral de algunos personajes es otro pilar fuerte al que asirse las garras del censor. La película muestra esa misma ambivalencia y ambigüedad. No se nos muestra lo que ocurrió, no interesa demasiado la verdad o la mentira. Únicamente cuenta ganar el juicio, ganar.

 

El objetivo de Preminger es mantener al espectador alejado de la verdad del caso, no es lo que nos quiere ofrecer. Y es esa misma idea la que permanece al final de la película, con la nota que Manion deja a Biegler.

 

Parece que Otto Preminger era, en lo personal, un auténtico miserable. Tuvo enfrentamientos con muchos de sus actores y con otros compañeros de profesión. No obstante, y aunque una buena parte de la crítica lo cataloga como un productor de éxito, fue el director de un precioso ramillete de películas geniales: “Laura”, “Vorágine”, “Cara de angel”, “Río sin retorno”, “El hombre del brazo de oro”, y algunas más. Preminger siempre demostró ser un director bastante independiente; desafió continuamente a la censura, ofreció trabajo, durante el mccarthismo, a artistas que estaban en la lista negra (el caso más sonado fue el de Dalton Trumbo para el guión de “Exodo”) y parece que también le gustaba ofrecer sus aspectos más escandalosos en sus entrevistas para la televisión.

 

Fue uno de los primeros directores de Hollywood que asumió también el papel de productor, plantando cara así al viejo star-system. Su forma de rodar es sencilla y fluida. Huye de lo artificioso. Su filmografía es bastante coherente tanto en el estilo como en los temas que aborda.

 

Para terminar diré que es una de las películas de James Stewart que mas me gusta. Solía decir Jimmy Stewart que “la gente se puede identificar fácilmente conmigo, aunque en secreto sueñan con ser John Wayne”. En “Anatomía de un asesinato” Stewart conjuga a la perfección el rigor con la sencillez y consigue una interpretación antológica.