Testigo de cargo.

Otra película de las de verdad. Está basada en una obra de Agatha Christie. Dirigida por uno de los grandes, Billy Wilder, que aquí emula a Hitchcock, consiguiendo una gran película de intriga y suspense. Te mantiene pegado a la silla durante todo el metraje y además tiene un final soberbio e inesperado. Quizá uno de los mejores finales del cine. Afortunadamente en esta película se cumplen los diez mandamientos de Billy Wilder: ” Los nueve primeros dicen: ¡No debes aburrir! El décimo dice: tienes que tener derecho al montaje final de la película.”.

Wilder era un cachondo. Decía: “Me aburro si hago siempre lo mismo. Admiro a Hitchcock; pero no podría trabajar como él, porque siempre hacía la misma película. Me dije: “Ahora voy a hacer una película mejor que Hitchcock e hice Testigo de cargo“.

Los actores, sin excepción, están brillantes. Pero destacaría a Charles Laughton, que se come la pantalla en cada escena. Desde luego el papel del misógino Sir Wilfrid, irónico, astuto y ácido abogado, es difícil de imaginar en manos de otro actor. Este viejo gruñón consigue que nos identifiquemos con el y caminemos por la película como sus cómplices. Pero también Tyrone Power, en el papel de pobre víctima. Fue su última película; murió poco después, mientras rodaba “Salomón y la Reina de Saba”,aquí en España.

Y Marlene Dietrich, la perversa, impasible y fría esposa de Power, Christine (“Nunca me desmayo porque no estoy segura de caer con elegancia”) que molesta profundamente a la vez que fascina a Sir Wilfrid. Todos ellos están geniales y, por supuesto, Elsa Lanchester, la enfermera coñazo y chillona del ilustre abogado. Es una película de actores.

Uno de los grandes aciertos de Wilder es la presentación de los personajes: el cruel Sir Wilfred, el lastimero Leonard Vole y su gélida esposa, Christine. La puesta en escena es realmente impresionante. La mezcla de suspense e intriga con los muchos toques de humor (las escenas abogado-enfermera son impagables) y el dramatismo de la película hacen de ella una de esas películas que siempre apetece ver.

El guión de la película está milimétricamente trazado, tiene absoluta precisión, es perfecto. Los diálogos son brillantes: “Señorita Plimsoll, si fuese usted una mujer la azotaría ahora mismo”. Las escenas del sillón-ascensor o del monóculo son portentosas. Y que decir de las de los puros o el coñac. La elipsis tan brillante que realiza con las pastillas.

Para mi es la mejor adaptación que se ha hecho de una obra de Agatha Christie. Opinión que por cierto compartía la propia novelista.

Wilder comenzó siendo guionista y siempre trabajó en los guiones de las pelis que dirigía. De hecho el se consideraba más guionista que director. Aunque es bien conocido como “maestro de la comedia”, sin embargo, esta película, o “Cinco tumbas a El Cairo”, “Traidor en el infierno”, “El crepúsculo de los dioses” y algunas otras, hablan de él como uno de los grandes de la historia del cine. Obtuvo dos Oscars como director (sobre 8 nominaciones) y tres como guionista (sobre 12 nominaciones).

Por esta película, en la que todo gira alrededor de Sir Wilfrid, Laughton fue nominado al Oscar al mejor actor secundario. ¡Secundario! Inexplicable.

No obstante lo anterior, el personaje clave de la película es el encarnado por Marlene Dietrich. Además, conforme su personaje va adquiriendo importancia, sobre todo en el último tercio de la película, se va diluyendo el tono cómico de la misma.

Una de las cosas que más me gustan es como fija Wilder los caracteres de los personajes de Power y Dietrich a través de un flashback, contando como se conocieron en Berlín. Como Power deja su bebida sobre una gran tubería y luego vuelve a recogerla. Y la coge sin mirarla. ¿Con la meticulosidad, quizás, de un asesino? Y Marlene con el pantalón rasgado y esa bellísima y kilométrica pierna que rememora a aquella Lola que interpreto casi 30 años antes en “El ángel azul”.

Esta película cuenta además con uno de los grandes magos del cine: Alexandre Trauner. Este decorador y director artístico, de origen húngaro, trabajó con los mejores: Carné, Welles, Huston, Hawks, Zinnemann… Aquí recrea a la perfección un tribunal británico. Tampoco es Wilder un director al que le gusten los jugueteos con la cámara. No rodaba en demasía. “No soy caprichoso, nunca ruedo a través de las llamas de una chimenea en primer plano, porque ese sería el punto de vista de Santa Claus…”. Para mí esta película es perfecta también desde el punto de vista de lo visual.

La relación que se establece entre Sir Wilfrid y la enfermera Plimsoll es un anticipo de la que veremos en otra película posterior de Wilder, “La vida privada de Sherlock Holmes”, entre Sherlock Holmes y el Dr. Watson.

La comedia de Wilder, heredera de la comedia sofisticada de Lubitsch, su maestro, destaca por la acidez y el cinismo en que las impregna. Y mezclaba eso con diversos elementos dramáticos. El personaje de Laughton en esta película es un brillante resumen de todo ello.