Película rodada con cámara de gran formato, en 70 mm, y con el sistema Panavision System 65. Algo más de hora y media de puro placer visual. Una ventana abierta al mundo, a un mundo que, a menudo, pasa desapercibido ante nuestros ojos. Ron Fricke nos muestra un universo como ciclo (“samsara”) que comienza y finaliza en el mismo lugar, un templo en el que vemos un grupo de monjes realizando un mandala, un círculo –figura perfecta- sagrado, representación del mundo.

 

Los monjes trabajan, con tibetana paciencia y arena coloreada, creando un espacio de espiritualidad y meditación. Y es un espacio similar el que Ron Fricke nos ofrece con Samsara. Este brillante documental está ideado como un mandala, incluyendo un preámbulo a modo de mantra precursor.

Rodada en Brasil, Angola, Egipto, Dinamarca y una veintena más de paises, Samsara es un perfecto collage, que nos regala imágenes de las favelas de Sao Paulo y del Palacio de Versalles, de la Galería Vittorio Emanuele de Milán y del Muro de las Lamentaciones, de las ruinas de Petra en Jordania y de la Burj Khalifa Tower.

También se engalana la película con imponentes imágenes de la fuerza colosal de la naturaleza: el volcán Kilauea, lo que imagino que son las consecuencias del paso de huracán Katrina, el desierto incontenible, o el fordiano Monument Valley.

Lo humano aparece abiertamente también: ese padre completamente tatuado, como un angel del infierno, que besa y acaricia con la mayor dulzura a su bebé o la impactante imagen del maltrecho sargento Robert Henline con el cementerio de Arlington –supongo- al fondo.

Potentes imágenes de una cárcel, de fábricas, de la producción en serie, de un matadero o una casa de ladyboys en Thailandia, …, incontables muestras de que todo en Samsara forma parte de un ciclo más amplio, y es a reflexionar sobre eso que es mayor, a lo que Ron Fricke nos condena inevitablemente. Para conseguirlo, todo aparece, todo lo enseña contrastado con otra cosa. En algunos pasajes emula a Tiempos modernos, de Chaplin. Como un permanente yin y yang leemos la dualidad entre lo natural y lo artificial, entre la pobreza y la riqueza, que atraviesan como una única lanza el costado de ese ciclo que es nuestro mundo, nuestra vida.

Una palabra sobre la banda sonora: la música y el sonido siguen a las imágenes con una fidelidad fraternal.

También hay en Samsara un amplio uso de la técnica de timelapse, es decir, la técnica que consiste en mostrarnos en un puñado de segundos un acontecimiento largo, como un amanecer, por ejemplo.

Aunque soy de la opinión de que la película peca en ciertos aspectos de filisteísmo en la presentación del mundo desarrollado ello no la hace perder ni un gramo de su carácter de poema visual.

Volvamos ahora al mandala: una vez terminado se destruye y se recoge la arena que será arrojada al medio natural puesto que la esencia del mandala, como la de Samsara ya permanecerá en el mundo. Esa destrucción es el recordatorio de la impermanencia de las cosas, de que debemos alejarnos de lo efímero. El ciclo vital de Samsara, tras más de una hora y media sin narración, se cierra en el desierto para renacer como reflexión en el espectador. No os la perdáis.