El pasado sábado, movido por un insuperable amor por mi hija (23) y mi sobrina (12), fui al cine a ver nada menos que “Barbie”. Cedí incluso a su demanda de ir ataviado con un camisa rosa. 26,05 € de cultura, chuches aparte.

Al parecer resoplé en varias ocasiones en la sala, por lo que fui convenientemente corregido por mis jóvenes acompañantes.

¿Y la película? Pues la verdad es que había leído algunas críticas profesionales que hablaban bastante bien de ella e iba con el prejuicio de que sería cuanto menos interesante. Tengo edad más que suficiente para no caer en la trampa de los críticos; sin embargo, caí.

La película nos cuenta la idílica y utópica historia del matriarcado de Barbielandia, hasta que todo se quiebra por la intervención accidental de una mujer en el mundo real. Barbie y Ken harán un viaje allí para intentar corregir las cosas. De hecho es Barbie quien tiene esa pretensión, puesto que Ken es técnicamente idiota (este hecho se mantiene como constante a lo largo de toda la película).

El idiota vuelve unas pocas horas antes que la anteriormente ideal Barbie. Y revienta por completo el orden establecido, transformándolo justo en su opuesto. Ya véis, un solo idiota, con una sola idea, revoluciona el mundo en horas, y sin oposición. Interesante pensarlo desde el punto de vista del feminismo.

La película intenta reflexionar en ocasiones sobre la vida humana, pero no sale bien, y se queda algo cercano a aquel anuncio de Coca-Cola, “La chispa de la vida”, bonito pero ingenuo.

En fin, que si disponéis de atuendo rosa, 114 minutos para perder y 8,95 euros para derrochar, pues ¡bañaros en cultura, c●ñ●!