Nunca me ha satisfecho la influencia de las rapaces manos de la Iglesia Católica en la vida política de nuestro país, por ahora España. Pero menos aún me satisface que en este barullo generalizado, donde todo se mezcla sin dosificar, se le dé a esa influencia un valor que no debería tener en ningún caso. Mientras Francisco actúa como Gran Calafate de la Institución, en España se continúan produciendo errores de concordancia moral entre la petición de un Rouco pidiendo la regeneración ética de España y el arzobispo de Granada con sus dislates ya habituales. Conste que a mí se me dan tres higas que se publique o no el libro “Cásate y se sumisa”. Sólo la primera palabra del título ya me echa para atrás. En cualquier caso, si habitualmente creo poco en las prohibiciones, aún lo hago menos si están referidas a libros.

Que buenas gentes que se declaran no católicos o incluso ateos estén siempre más cabreados que el casero de el fugitivo y prestos a desnudar su espada ante cualquier cosa que diga la Iglesia es un sinsentido absoluto. Pero desde ciertas posiciones políticas se fomenta la idea de que hay algunas ideologías y creencias que están no contra la democracia sino contra una idea plana de lo que ésta deba ser. Y en esa planicie intelectual revolotean algunos perniciosos insectos pseudodemócratas.

Alguna web hay por ahí, pretendidamente periodística, que se dedica a azuzar las propias estrecheces morales hacia sus incautos lectores. España es un país con pocos directores de orquesta pero muchos de campañas orquestadas. Ahora que tanto se habla de campaña orquestada contra la Junta de Andalucía o contra el Partido Popular o contra la UGT y CCOO no puedo dejar de señalar la que a mí me parece más notable: la de la resurrección de Franco. Sí, quién nos lo iba a decir. Franco vive desde hace tiempo en las páginas de un autodenominado “periódico digital progresista”, aunque juraría que sólo cumple el segundo de los términos. Por allí vaga el espíritu del Caudillo, entre anuncios de tarotistas y de culitos de chicas jóvenes con tangas sexis que piden azotes, pero también, solidariamente, con otros de chicas feas que necesitan un follamigo. Allí, a la sombra de una República idealizada se recalienta la vieja cruzada un día tras otro. No entre algunas mentes reblandecidas del PP –que también las hay, ¡vaya si las hay!-, sino entre gentes de bien y de progreso.

Siguiendo una política editorial cercana al libelo, El Plural, toma la verdad como un bien posicional, es decir, como algo que al ser poseído por uno no puede ser poseído por los demás, y ése es su mejor valor, que no la puedan poseer los demás: si la tengo yo no la puedes tener tú a no ser que compartas lo que yo digo. El Plural es, desde luego, cualquier cosa menos plural. La mayoría de editoriales de su progenitor incluyen la palabra fascista, y muchos otros incluyen a Franco como tema de actualidad (¿esto pretende ser un periódico o una revista de historia?).

Es difícil de encontrar en esta gacetilla algo que se asemeje a la verdad ya que la parcialidad es tan exagerada que convierte en falsedad incluso aquello que a priori pudiera ser cierto. Si uno va a la sección “Andalucía” verá que las noticias sobre lo que aquí pasa (asuntos como los ERE o UGT) no son mencionados, a no ser que contengan la noticia de un rapapolvo a la jueza Alaya. Este hecho, por sí solo, ya desmiente la estúpida idea de algunos de que en El Plural se hace periodismo.