David Herbert Lawrence: “¡Qué fantástica estupidez, de veras, salvar a un hombre de sí mismo! Salvar a nadie. ¡Qué fantástica estupidez! Era mucho más divertido y animado permitir que cada cual fuera a la perdición a su modo. La perdición, de cualquier modo, era más divertida que la salvación, y un sitio mucho mejor al que dirigirse para la mayoría de los hombres”.
La última risa.