Personalmente estoy hasta las narices de tanto “abajofirmante” como tenemos por aquí. Parece que algunos, que dicen ser “intelectuales y artistas”, ¡ja!, lo han convertido en una profesión. Paralelamente otra profesión, la de “contertulio”, se nutre de periodistas y gente “cañí”. Hay quienes –superdotados- participan, incluso, de ambas repugnantes, eméticas y vomitivas -me gusta la redundancia, es como un redoble terminológico- categorías. Soy de la honesta opinión de que toda esta caterva debería recibir un vasto y sonoro sopapo cada vez que intentan dirigir la opinión pública, ya trate el asunto sobre la refundación de la izquierda o sobre con quién y cómo se acuesta un famoso. La responsabilidad de ambas muestras de escatología intelectual la tienen los medios de comunicación, que aunque vocean, pregonan y pontifican sobre la libertad de prensa, expresión, etc., lo único que pretenden es aumentar la facturación de sus medios.
Creo firmemente en la libre empresa y el capitalismo; me parece, por tanto, correcto intentar hacer crecer una empresa; técnicamente hablando también me parece correcto que al amparo de algún periódico o cadena de televisión los “abajofirmantes” hagan un manifiesto por semana, e igualmente, es perfectamente aceptable que se hable de las apetencias y gustos carnales de cualquier famosillo. Incrementa los ingresos y ayudan a mantener el empleo, igual que los anuncios de putas, putos y mediopensionistas. Pero en el fondo hacen más daño que bien a la vida pública; que un cantante que vive en Florida, o un directorzucho de cine, que vive de la sopa boba de la subvención, o que otro que se lo lleva para sus fincas, me hablen de justicia social y redistribución me la trae al pairo, por decirlo finamente.
Que Ana Rosa Quintana o María Teresa Campos se apunten al 15M me la sopla; también el 15M. Pero lo que de verdad me cabrea es que los okupas de nuestros Parlamentos no se ocupen de nada. Se van de vacaciones como si tal cosa; cuando media España no tiene ni para pipas, y lo que es peor, ni para papas. Y además se dedican a jugar un ideológico partido de pingpong usando como pelotas las nuestras.
Ahora están con la soplapollez de las declaraciones de patrimonio; uno que presenta un acta notarial; otro, que lleva 30 años sentado en butaca ajena, presenta la declaración fiscal de los tres últimos años y afirma, institucionalmente, que es suficiente con eso; otros que salen corriendo para ser los primeros en presentar el dato y a continuación, con pecho henchido de orgullo, dar lecciones de transparencia.
Yo, que, desde hace años, me intereso por la cosa pública, desconozco la mayor parte de las dedicaciones de estas buenas gentes que nos administran y deciden sobre nuestros escuálidos trabajos, nuestras esqueléticas carteras, nuestras cándidas almas, en definitiva, sobre nuestro bochornoso presente y nuestro escaso futuro. Aunque en los últimos tiempos también sobre nuestro pasado criminal. ¿Trabajan para nosotros o para sus empresas, para sus partidos? ¿Realmente se tocan tanto los huevos como parece? ¿Realmente tienen tan poca idea de la realidad como transmiten? ¿Son unos inútiles o unos incomprendidos? ¿Son víctimas o verdugos de la realidad?
La última generación de políticos ha conseguido deshacer lo que consiguió, con mucho esfuerzo, la primera tras el franquismo: han quebrado por la base, con incompetencia y golfadas, la confianza del pueblo (perdón por usar palabra tan manida que ha adelgazado su valor) en las instituciones y el sistema. Tomen ustedes, todos, la tutela ideológica que pretenden y colóquensela cada uno en el orificio que mejor les venga o menos les incomode; siéntense, a continuación, –todos- y reflexionen -todos. Después –todos- márchen en columna de a dos al carajo.
No puedo resistir la tentación de mencionar aquí las declaraciones de un viejo líder espiritual español que ahora se dedica a diseñar joyas y decir sandeces; me refiero a nuestro insigne expresidente González: “Soy militante del PSOE, pero no simpatizante”. La noticia es casi tan original como la del párroco que ha pedido que midan su ano para ver si lo tiene dilatado. Podrían medir los anos de los cinco millones de parados, de los jubilados congelados, de los funcionarios disminuidos (salarialmente, eh), de los pequeños empresarios encallados en una persecución a las administraciones públicas para que les paguen lo que les deben. ¿Será por anos…?; ¿será por dilataciones…? En fin, que entre que los viejos políticos chochean y los nuevos no tienen ni puñetera idea nos seguirán ampliando nuestros maltrechos faros traseros.