Giorgio da Castelfranco, Giorgione, forma parte, con Bellini, de la primera generación de la Escuela Veneciana, continuada por Tiziano y Tintoretto. Se mantuvo alejado de los grandes encargos de obras religiosas de su época, la renacentista, marcada por la recuperación de la antigüedad clásica. Es reseñable el hecho de que no realizaba bocetos previos de sus pinturas; pintaba directamente, por lo que la espontaneidad es una verdadera característica de su empeño artístico. El examen de la pintura con rayos X mostró que donde aparece el hombre había pintado a otra mujer desnuda.
Entre las grandes aportaciones de Giorgione a la pintura debemos destacar el uso de la luz y la fundamental importancia que concede al paisaje. La tempestad nos muestra magistralmente ambas cosas, mediante una tenue luz y el predominio de los verdes y azules, haciendo del paisaje el auténtico protagonista del lienzo. Hasta este momento el paisaje era el elemento de fondo donde situar al personaje; el personaje y el paisaje eran elementos independientes pero Giorgione cambia esto. En La tempestad los personajes forman, a su vez, parte del propio paisaje.
En la parte superior, y como eje vertical de la obra, el rayo, real, serpenteante, como símbolo de la divinidad; en la inferior, el mundo terrenal, como elemento donde lo perecedero vive y muere. El hombre, con una vara, como elemento vertical que se opone a la fortaleza divina. La mujer, madre, desnuda, excepto por un chal blanco -color de la pureza-, aparece sentada, como elemento pegado a la tierra, a la fertilidad. Hombre y mujer que coinciden en la escena, pero no parecen estar juntos.
El escenario planteado nos ofrece una reflexión acerca de la separación, a través del puente, del cielo y la tierra. Pero también podemos ver la interrelación entre hombre y naturaleza.
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