Amor, más allá de la frontera de la vida.
He visto con regocijo platónico una noticia de evidente interés humano. Ya hemos oído hablar de amor inmortal, pero en este caso podríamos hablar de amor material trascendente; parece que voy a derivar a Aristóteles: me contendré.
Parece ser que hace unos días ha sido detenida en la aduana de un aeropuerto de Emiratos Árabes Unidos -otro Estado de refulgente democracia- una señorita que responde al nombre de Sarah Button, y que viene a ser la princesa prometida de este cuento.
Decía Wesley a Buttercup que la muerte no detiene al amor. Pues Sarah lo cree tan firmemente que decidió, tras la desolación por el fallecimiento de su novio, colocar amorosamente sus cenizas en un plug anal y encajarlo amorosamente de nuevo en el espacio reservado para ello en el puzzle de su cuerpo. Y así, con esté profundamente romántico complemento, se fue a hacer turismo a sitios que quisieron visitar juntos.
No tuvo en cuenta, la desdichada, la aduana del aeropuerto y la profesionalidad y rigor de algún funcionario de la misma, que detectó algo sospechoso en ella, quizá derivado de algún raro paroxismo originado por tan sorprendente conjunción de Eros y Tánatos.
Parece ser que el plug (tapón en la lengua de Cervantes) era metálico y tenía grabada la palabra “forever”. Para alguien tan descreído como yo en materia amorosa la noticia ha supuesto el congraciamiento con la que durante años he considerado una sibilina y torticera idea: la del amor.