¿Alguna vez te has sentido como si estuvieras nadando en un mar de neologismos, rodeado de términos que parecen haber salido de la mente febril de un creador de contenido con acceso ilimitado a café y Wi-Fi? Bienvenido al club.

Gracias a un amigo que compartió la imagen de este artículo en una red social (que doy por hecho que era una chufla) fui consciente de que yo era eso: peneportante. Sí, así como lo lees. “Peneportante”. Lo sé, suena casi mitológico. El fenómeno “peneportante” surgiría, seguramente, como todo lo que se vuelve viral, de una peligrosa combinación de tres factores:

  1. un/a imbécil/a con demasiado tiempo libre
  2. una cuenta en Twitter
  3. una creatividad digna de tratamiento psiquiátrico

Pues listo, lanzas el palabro al éter digital y a ver qué pasa. Si hay suerte, en cuestión de minutos, los retuits se dispararán, si no, pues a inventar otra cosa.

Como cualquier peneportante sabe bien, todo lo que sube, tiene que bajar. Esto lo digo como advertencia: no te vengas demasiado arriba (de nuevo) con el neologismo, porque twitter o cómo se llame, es tan efímero como el sabor de un chicle.

Para entender mejor esta maravilla del lenguaje, vamos a descomponerla en sus partes esenciales: “pene” y “portante”.

Primero, claro, el “pene”. No hay mucho misterio aquí. El pene es esa parte anatómica masculina que ha sido tradicionalmente motivo de risas, tabúes, comparaciones, etc., y que en los últimos años es, desde ciertos puntos de vista, algo así como el cetro del poder patriarcal. Vaya que la persona peneportante lleva en sí, en el pene o poll…, la significación, la entidad, la gravedad y la dimensión de un injusto poder tradicional.

Luego tenemos “portante”. En ingeniería y arquitectura, algo “portante” es aquello que sostiene, que lleva el peso. Por ejemplo, es el peso total que puede soportar un puente sin caerse.

Al unir estas dos joyas del lenguaje, obtenemos “peneportante”. ¿Qué puede significar? ¿Es el pene el que sostiene algo? ¿O es algo que sostiene el pene? Quizás estamos ante un concepto filosófico profundo, un recordatorio de que todos necesitamos una estructura sólida y fuerte en nuestras vidas.

Pero espera, ¿qué pasa si queremos deshacernos de la carga negativa y patriarcal del término? ¿Qué tal si realizamos una operación lingüístico-quirúrgica al palabro, siguiendo, naturalmente, las “best practices” fijadas por la RAE? Aplicamos con la asepsia de un cirujano un sencillo prefijo negativo, et voilà, en menos que se persigna un cura loco, tenemos un nuevo término libre de cargas, de hipotecas, de deudas. Helo aquí: “peneimportante”.

Ahora, ¿qué significa “peneimportante”? Pues lo contrario de “peneportante”, por supuesto. De tal manera que el peneimportante es intrascendente y trivial. Con lo que entiendo que en la sociedad actual el ser con pene que pretenda la justicia aspirará a ser no un mero transmisor de tradiciones injustificadas e injustificables, un peneportante, en resumen, sino justo su opuesto, un peneimportante. Puede que os suene algo raro esto que digo, pero pensadlo, es similar a un queso de gruyere: cuanto más queso, más agujeros; cuanto más agujeros menos queso; por tanto, cuanto más queso, menos queso.