“El Séptimo Sello” de Ingmar Bergman es una película icónica del cine mundial. Trae una profunda reflexión sobre la vida, la muerte y la fe en un contexto de desesperanza y búsqueda de significado.
Desde su estreno en 1957 “El séptimo sello” permanece como un referente cinematográfico mundial. Nos encontramos en la turbulenta Suecia medieval, plagada por la peste,…
La película sigue a Antonius Block (Max von Sydow), un caballero medieval que regresa, desilusionado y cansado, de las Cruzadas. En su vuelta descubre que su país está devastado por la peste y un profundo sentimiento de desesperanza. En esta atmósfera de pesimismo y búsqueda de sentido, Block se encuentra con la Muerte (Bengt Ekerot) en la playa, personificada de forma inquietante y calmada, a quien desafía a una partida de ajedrez. Este desafío es su estrategia para ganar tiempo y buscar respuestas a sus inquietudes espirituales, mientras intenta comprender si Dios existe y cuál es el propósito de todo su sufrimiento.
El ajedrez, un juego de estrategia y anticipación, simboliza aquí la confrontación intelectual y espiritual de Block contra las fuerzas inapelables de la vida y la muerte. Cada movimiento en el tablero refleja la tensión entre vivir y morir, y la lucha interna de Block por encontrar un sentido en un mundo aparentemente abandonado por Dios.
A medida que la historia avanza, Block y su escudero Jöns (Gunnar Björnstrand) atraviesan un paisaje cosido por el sufrimiento. Se encuentran con una variedad de personajes, cada uno representando diferentes aspectos de la humanidad y sus reacciones ante la desesperación y el miedo. Entre ellos, están Jof (Nils Poppe) y su esposa Mia (Bibi Andersson), artistas ambulantes que representan la inocencia y la esperanza, y que aportan el contraste luminoso a la oscuridad que envuelve a Block. Jof, en particular, con su capacidad para ver visiones celestiales, contrasta con la visión escéptica del caballero.
La trama se enriquece con escenas muy poderosas, como la de una joven condenada a la hoguera acusada de brujería, y las procesiones de flagelantes, que simbolizan el extremo de la penitencia y la desesperación humana. Estos penitentes creen que azotándose podrán expiar sus pecados y salvarse de la muerte, lo que refleja la profunda crisis espiritual de la época.
Pero es el encuentro constante con la Muerte el que marca el hilo conductor de la película, pues es el permanente recordatorio de la inevitabilidad del final de la vida. La Muerte, paciente y persistente, sigue a Block a lo largo de su viaje, apareciendo en momentos concretos para recordarle que el juego de ajedrez es solo un aplazamiento temporal de un destino que todos compartimos.
La búsqueda de Block lo lleva a cuestionar no solo la existencia de Dios, sino también la naturaleza de la fe y la posibilidad de redención. En una escena clave, se produce una revelación simbólica: mientras se refugia en una iglesia, Block confiesa sus dudas y temores a quien cree que es un sacerdote, pero que resulta ser la Muerte disfrazada. Este giro revela la profunda soledad y desesperación del caballero, subrayando la ironía de buscar consuelo en un ente que simboliza su mayor temor.
El clímax de la película culmina con la conclusión del juego de ajedrez, mientras una tormenta se cierne sobre los personajes principales. En un gesto final de humanidad y sacrificio, Block distrae a la Muerte lo suficiente para permitir que Jof, Mia y su pequeño hijo escapen.
“El Séptimo Sello” termina con una de las imágenes más potentes que recuerdo en el cine: la silueta de la Muerte conduciendo a los personajes principales en una danza macabra a través de las colinas.
Los interrogantes filosóficos que plantea “El séptimo sello” han perseguido a la humanidad a lo largo de los siglos: la fe, la redención, el silencio de Dios, son temas recurrentes en la obra de Bergman.
Bergman, a través de Antonius, nos sitúa frente al desasosiego espiritual y la desesperación existencial, ante la cuestión de la presencia y la benevolencia de un ser divino.
La maestría de Bergman nos pone delante cuestiones fundamentales como la mortalidad y la esperanza, o su ausencia, convirtiendo el medio cinematográfico en una herramienta de exploración teológica y existencial que nos desafía a reflexionar sobre estas preguntas universales.
La elección de Ingmar Bergman por el blanco y negro en “El Séptimo Sello” no es meramente estética, sino una contribución decisiva a la riqueza simbólica y emocional de la película. La fotografía, dirigida por Gunnar Fischer, enmarca la narrativa en un tono que es tanto sombrío como profundamente introspectivo, encerrando en ella la esencia melancólica y a veces onírica del filme.
La paleta de grises no solo refleja la dualidad moral y espiritual de los personajes, sino que también resalta la austeridad del contexto medieval. Esta ausencia de colores ahonda el sentido de desolación y abandono que permea toda la trama, llevando al espectador sumergirse en la misma búsqueda de sentido que Antonius Block.
También permite a Bergman jugar con las sombras y la luz de manera más dramática. Las escenas iluminadas brillantemente contra fondos oscuros o los rostros iluminados en la penumbra no solo captan la atención del espectador, sino que también evocan la lucha espiritual y filosófica de los personajes.
Al eliminar la distracción del color, los espectadores somos empujados a concentrarnos en otros elementos de la imagen: la composición, los contrastes y la expresión de los rostros. El tratamiento visual de “El séptimo sello” conduce a una experiencia más contemplativa, invitando a la reflexión sobre los temas que película trata de explorar.
Con su audacia estilística y técnica, “El Séptimo Sello” trasciende el mero acto de contar una historia, y se convierte en un poderoso testimonio del estilo artístico de Bergman.