La historia del USS Indianapolis está marcada tanto por su intervención en los combates navales de la Segunda Guerra Mundial como por el trágico desenlace que lo convirtió en protagonista de uno de los mayores desastres navales de la historia de Estados Unidos.

Este crucero pesado, botado en 1931, destacó desde el principio por su capacidad operativa y su resistencia en combate. Durante años, participó en numerosas misiones y se enfrentó con éxito a múltiples amenazas enemigas. Sin embargo, su última misión, emprendida en julio de 1945 bajo el más absoluto secreto, sería la que sellaría su destino de manera trágica. La tarea consistía en trasladar uranio-235 y otros componentes esenciales de Little Boy, la primera bomba atómica, que sería lanzada sobre Hiroshima. La misión de traslado fue cumplida con rapidez y precisión.

Pero el éxito de aquella operación quedó oscurecido por la tragedia que sobrevino días después, cuando el Indianápolis fue torpedeado por un submarino japonés, el I-58, al mando del capitán Mochitsura Hashimoto, hundiéndose en minutos y dejando a su tripulación a merced del océano.

En julio de 1945, el Indianápolis zarpó desde San Francisco, donde había sido reparado, con rumbo a la isla de Tinian, transportando sin escolta una carga cuya verdadera importancia era desconocida para la tripulación: componentes de la “Little Boy”, la bomba atómica destinada a ser lanzada sobre Hiroshima. La travesía se realizó a máxima velocidad y sin protección, alcanzando su destino en un tiempo récord.

Tras cumplir su misión de transporte, el Indianápolis recibió órdenes de dirigirse a Leyte, en Filipinas, para reincorporarse a otras operaciones navales. Pero en la noche del 30 de julio de 1945, mientras navegaba en solitario e, inexplicablemente, sin escolta fue atacado por el submarino japonés I-58. Dos torpedos impactaron de lleno en su casco, provocando explosiones devastadoras que hicieron que el crucero se hundiera en apenas doce minutos.

De los 1.196 tripulantes a bordo, cerca de 300 murieron atrapados en el interior del barco o alcanzados por la fuerza de las detonaciones. Alrededor de 900 marineros lograron abandonar la nave, lanzándose al agua en plena oscuridad y aferrándose a los restos flotantes en un intento desesperado por sobrevivir. En cuestión de minutos el Indianápolis desaparecía en las profundidades del océano, dejando a centenares de hombres a la deriva sin saber aún que su lucha por la vida apenas había comenzado.

Durante los cuatro días siguientes, los supervivientes de Indianápolis se enfrentaron al infierno en alta mar. Tras la primera noche en el agua los tiburones aparecieron al amanecer. Esta era la situación de los casi 900 náufragos: sin provisiones, sin agua potable, calor abrasador durante día, frío extremo por la noche, deshidratación, agotamiento, alucinaciones,…, y tiburones, cientos de tiburones, que sembraban el terror entre los hombres.

La situación se agravaba cada día por la falta de respuesta de la Armada, que, debido a sus propios errores, no detectó la desaparición del Indianápolis hasta que un avión de patrulla avistó, por pura casualidad, cuatro días después, a los marineros flotando en el océano. De los 900 hombres que saltaron al agua, más de 500 murieron, muchos de ellos entre los dientes de los tiburones: solo 316 sobrevivieron al naufragio.

Esta tragedia llevó a la apertura de una investigación oficial para esclarecer las circunstancias del hundimiento. La responsabilidad recayó injustamente en el contraalmirante Charles McVay, al mando del USS Indianapolis, quien fue sometido a un consejo de guerra y acusado del cargo de negligencia por no haber maniobrado en zigzag para evitar ataques enemigos y del cargo de no haber dado adecuadamente la orden de abandonar el barco. A pesar de que varios testimonios indicaban que dicha maniobra no habría cambiado el desenlace, McVay fue condenado.

El propio capitán del submarino japonés Mochitsura Hashimoto testificó en el consejo de guerra a McVay, declarando que incluso si el Indianápolis hubiera zigzagueado no hubiera tenido posibilidad de escape, ya que en ese caso el submarino habría lanzado sus kaiten. Los kaiten eran básicamente torpedos modificados para que un piloto pudiera dirigirlos manualmente hasta su objetivo, convirtiéndose, por tanto, en armas suicidas. Los kaiten fueron empleados en diversas misiones a partir de 1944, cuando Japón, en una situación desesperada, recurrió a tácticas suicidas como los kamikazes aéreos y los botes explosivos Shinyo. En cualquier caso, la declaración de Hashimoto no sirvió de nada McVay.

McVay fue condenado por el primer cargo, aunque absuelto del segundo al demostrarse que los sistemas del barco no funcionaban tras haber sido torpedeados. Fue sentenciado a la reducción de su rango -de contraalmirante a capitán, sin derecho a promoción- y pérdida de antigüedad en la Armada, pero no se le expulsó del servicio.

La condena arruinó la carrera militar de McVay y lo convirtió en el único capitán de un barco de combate estadounidense hundido en durante la Segunda Guerra Mundial en ser juzgado y condenado. Durante años, fue acosado por familiares de marinos fallecidos, quienes lo consideraban responsable de la tragedia. La culpa, la presión, la pesada carga emocional que la tragedia del Indianapolis dejó en su vida lo llevó a dispararse en la cabeza el 6 de noviembre de 1968 en su casa de Litchfield, Connecticut..

Años después, en el 2000, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una medida, y el presidente Bill Clinton firmó la ley que exoneraba oficialmente a McVay, reconociendo que su condena había sido injusta y que la responsabilidad del desastre recaía en los fallos administrativos de la propia Armada estadounidense. La exoneración de Charles B. McVay III fue el resultado de una intensa campaña llevada a cabo por supervivientes del USS Indianapolis, familiares, historiadores e incluso por el capitán Mochitsura Hashimoto.

En 2001, además, la propia Armada de los Estados Unidos corrigió su error de manera oficial, eliminando cualquier registro negativo en el historial de servicio de McVay y rehabilitando completamente su nombre. Con ello, se cerraba un oscuro capítulo en la historia de la justicia militar estadounidense.

En 2017, tras más de 70 años perdido en las profundidades del Pacífico, el USS Indianapolis fue localizado a más de 5.500 metros de profundidad gracias a una expedición liderada por el empresario Paul Allen (uno de los fundadores de Microsoft). El hallazgo permitió rendir un último homenaje a los marineros que perecieron en el naufragio, reavivando el recuerdo de una de las tragedias más sobrecogedoras de la Segunda Guerra Mundial.