En 1965, Ipcress (The Ipcress File), dirigida por Sidney J. Furie , llegó a la gran pantalla con Michael Caine en el papel del carismático, sardónico y un poco golfo espía británico Harry Palmer. La película, basada en la novela homónima de Len Deighton, se desmarcaba del glamour y el escapismo de las aventuras de James Bond y apostaba por un realismo sucio, gris y burocrático. Su protagonista, lejos del agente secreto idealizado, es un hombre mundano, de clase trabajadora, atrapado en una telaraña de intrigas dentro de un mundo de oficinas, archivos y juegos de poder.

El estreno de Ipcress tuvo lugar en la pleno surgimiento de un cine de espionaje, dominado por la figura de James Bond, interpretado entonces por Sean Connery (Dr. No en 1962, Desde Rusia con amor en 1963, Goldfinger en el 64 y Operación Trueno en el 65). Estas producciones de EON convirtieron el espionaje en una fantasía estilizada, llena de gadgets, villanos caricaturescos y escenarios exóticos. Sin embargo, en paralelo al fenómeno Bond, surgió un cine de espionaje más realista y cínico, cuyos principales exponentes son, para mí, El espía que surgió del frío (1965) y Llamada para un muerto (1966), ambas basadas novelas de John Le Carré y dirigidas respectivamente por Martin Ritt y Sidney Lumet .

En este panorama, Ipcress ofrece un punto intermedio: no renunciaba al entretenimiento ni a la estética visualmente atractiva, pero apostaba por una visión mucho más mundana y política del espionaje, donde las intrigas y la desconfianza primaban sobre la acción explosiva.

Michael Caine da vida a Harry Palmer, un personaje que rompía con el estereotipo del espía refinado y elegante. Palmer no es, ni de lejos, un aristócrata con licencia para matar, sino un sargento del ejército británico, degradado y obligado a trabajar para el Servicio de Inteligencia como castigo por sus acciones. Es un hombre cínico, pragmático y con un agudo sentido del humor, que no oculta su desdén por la burocracia de la inteligencia británica. Su ficha lo califica de “insubordinado, insolente, tramposo y con impulsos criminales”

A diferencia de Bond, Palmer no viste trajes impecables de Savile Row ni se mueve con la gracia de un aristócrata. Su estilo es más discreto: gafas de montura gruesa, gabardina y una actitud de cierta resignación ante un trabajo que no ha elegido. Su interés por la cocina y la música clásica lo alejan del espía convencional, dándole un carácter más cotidiano y creíble.

La interpretación de Michael Caine, en uno de sus primeros papeles como protagonista es realmente muy sugerente: nos presenta a un Palmer arrogante, pero no pretencioso, encantador sin ser seductor y que siempre parece estar a un paso de la irreverencia.

La trama de Ipcress sigue un esquema clásico del thriller de espionaje: científicos británicos están desapareciendo misteriosamente y Palmer es asignado a un caso que lo llevará a descubrir una siniestra conspiración.

A lo largo de la película, la palabra Ipcress aparece escrita en una carpeta clasificada, cuyo contenido acaba siendo una pista clave que conduce a descubrir la existencia de este programa de manipulación psicológica. Se trata, pues, de un ejemplo de la obsesión de la Guerra Fría con el espionaje, la despersonalización y la batalla por el control no solo de la información, sino también de la mente humana. Ipcress es un acrónimo que hace referencia a un documento clasificado que contiene información sobre un programa de lavado de cerebro: Induction of Psycho-neuroses by Conditioned Reflex under Stress.

La revelación de que los científicos no están siendo secuestrados por enemigos extranjeros, sino sometidos a técnicas de control mental, convierte la historia en un juego psicológico donde la realidad y la manipulación se entrelazan. E Ipcress alude al procedimiento de control mental, utilizado en la trama para lavar el cerebro a científicos británicos secuestrados y posteriormente devueltos con sus capacidades mentales deterioradas o alteradas, al servicio de intereses enemigos.

El guion, escrito por Bill Canaway y James Doran , logra equilibrar la intriga política y el desarrollo de personajes. No se trata sólo de una historia de espías, sino de un retrato del espionaje como una actividad burocrática -tanto que salvo excepciones solo se trabaja de lunes a viernes- y desmoralizadora, donde los enemigos no siempre son fuerzas externas, sino la propia estructura del sistema.

La dirección de Sidney J. Furie aporta una identidad visual inconfundible a Ipcress. A diferencia de las películas de Bond, donde la cámara busca la espectacularidad y la grandilocuencia, aquí el enfoque es claustrofóbico y estilizado, con encuadres inusuales y perspectivas fragmentadas.

La fotografía de Otto Heller utiliza sombras, ángulos torcidos y primeros planos que refuerzan la sensación de paranoia y vigilancia constante. La cámara se coloca en posiciones extrañas: debajo de las mesas, tras los objetos, espiando a los personajes desde puntos de vista que reflejan la vigilancia oculta de este mundo del espionaje.

Este estilo visual, influenciado por el cine negro y el expresionismo alemán, da a la película una atmósfera donde la tensión se construye a partir de los detalles, más que de la acción explosiva.

La música de John Barry, conocido por su trabajo en la saga Bond, suma notablemente a la ambientación de la película. Sin recurrir al estilo grandilocuente de 007, Barry crea un tema principal que combina el misterio con una sofisticación casi melancólica. El uso del cimbalo, un instrumento de cuerda percutida de origen húngaro, añade un sonido distintivo y exótico que refuerza la sensación de intriga. La banda sonora funciona como un complemento perfecto para la dirección de Furie, añadiendo en el espectador la sensación de que el espionaje es también un juego mental, no solo físico. Mientras en Bond la música resalta la acción y la aventura, en Ipcress contribuye a la atmósfera de desconfianza y manipulación.

Uno de los aspectos más innovadores de la película es, como hemos dicho, su retrato del espionaje como una institución burocrática, llena, además, de rivalidades internas. Los superiores de Palmer, interpretados por Nigel Green y Guy Doleman, representan diferentes facetas de la estructura de inteligencia británica: la rigidez militar, la desconfianza mutua y la lucha de poder entre departamentos.

A diferencia de Bond, que responde solo ante M, Palmer está atrapado en un sistema donde las órdenes son contradictorias y donde sus propios jefes pueden ser tan peligrosos como los enemigos externos. Este enfoque conecta la película con la obra de John Le Carré, quien también mostró el espionaje como un ámbito de juegos de poder, traiciones y corrupción.

El concepto de lavado de cerebro como arma de guerra psicológica también resulta innovador para la época. La escena en la que Palmer es sometido al proceso de control mental es una de las más inquietantes del film, combinando iluminación expresionista, sonidos disonantes y una actuación de Caine que, ciertamente, transmite desesperación.

El éxito de Ipcress dio origen a dos secuelas inmediatas con Michael Caine retomando el papel de Harry Palmer: Funeral en Berlín (1966) y Un cerebro de un billón de dólares (1967). Aunque estas películas conservaron algunos elementos del original, se fueron acercando más al tono del cine de espionaje convencional, perdiendo parte de la crudeza y realismo de la primera entrega. Bastantes años despues Caine volvería a encarnar a Harry Palmer en El expreso de Pekín (1995) y Medianoche en San Petersburgo (1996).

Ipcress es algo más que una película de espías; nos acerca a una reflexión sobre la paranoia, la burocracia y la manipulación en un mundo donde la línea entre héroes y villanos es borrosa. Michael Caine construye un interesante personaje con Harry Palmer, un espía que no es un héroe de acción ni un seductor infalible, sino un hombre astuto, cínico y atrapado en un sistema que lo usa como una pieza más del engranaje.