Recordaréis que antes conocer gente era un hecho natural. Pasaba en las fiestas, en el trabajo o en la cola del pan. Hoy se hace networking.
Ya no basta con conversar: hay que “generar red”, crear vínculos estratégicos, expandir tu ecosistema de contactos y dejar caer, con tono casual, que “si surge alguna sinergia, seguimos en contacto”.
El networking no se hace por necesidad, se hace por protocolo. Uno ya no asiste a un evento, asiste a una “oportunidad para conectar”. Nadie dice “voy a hablar con alguien”, sino “voy a construir relaciones profesionales”. Y la frase que lo resume todo es: nunca sabes quién te puede ayudar en el futuro. Esta es la puñetera esperanza que sostiene horas de conversación forzada.
En los encuentros de networking, lo primero que se intercambia no es una idea ni una inquietud: es el cargo. Da igual si estás desempleado, en transición o improvisando como autónomo de supervivencia; lo importante es que tengas un título breve y contundente. “Consultor en procesos de cambio”, “Asesor estratégico en entornos híbridos” o “Especialista en soluciones ágiles”. Nadie sabe qué coño significan, pero suenan bien.
Después viene la ronda de conversaciones cortas, todas con tono amable y final en puntos suspensivos. “Interesante lo que haces”, “Quizá podríamos explorar algo juntos”, “Justo estamos viendo cosas parecidas en mi sector”. Y así, en un par de horas, uno ha sumado quince nuevos contactos en LinkedIn, dos tarjetas físicas que probablemente terminarán en una chaqueta olvidada y una vaga sensación de haber cumplido los deberes de la autopromoción y el autobombo.
Porque el networking tiene su ética: no se trata de buscar trabajo (eso sería demasiado directo), sino de “sembrar relaciones”. Dejar una impresión duradera y un rastro difuso de profesionalismo amable. Luego, con suerte, alguien te recordará. Aunque también es posible que te confundan con otro “Ricardo” que también hacía “temas de seguridad”.
Oye, y si no funciona, siempre puedes hacer más networking. Existen eventos de mañana, afterworks, desayunos profesionales, encuentros sectoriales, cafés virtuales y sesiones de speed networking donde tienes tres minutos para venderte sin parecer desesperado. Todo ello con la promesa implícita de que el trabajo del futuro no se consigue por currículum, sino por carisma relacional.
El resultado es una especie de mercado afectivo donde todos buscan parecer interesantes sin mostrar necesidad. Nadie se conoce, pero todos se reconocen. Nadie tiene tiempo, pero todos quieren “mantener el vínculo”. Y si finalmente alguien te escribe, será para proponerte colaborar en algo que no está claro, pero “puede tener recorrido”.
Así es el networking: una inversión emocional sin garantía, pero con la esperanza de que, un día, quizá, alguien recuerde tu cara… y recuerde también a qué te dedicabas.