Soy de las personas que en política la tiene pendulona. Me explico: basta con que un partido llegue al Gobierno para que automáticamente me empiece a poner enfrente. Si gobierna la izquierda, bueno el PSOE, lo que quiera que sea, me pongo cercano al PP, lo que quiera que sea, que desde luego no es centro. Y ahora que están éstos pues ahí estoy, cerca de… cerca de… cerca de… pues eso, enfrente.
La falta de sensibilidad social que está demostrando el Gobierno es inquietante, la ausencia de la tan reclamada, por el inaudito Zapatero, pedagogía para con la ciudadanía, inexistente. El discurso del Gobierno no es, desde luego, lo que podríamos llamar chispeante.
Lo que se está haciendo ¿se hace para salvar a nuestro país o para salvar al euro? ¿Van unidos ambos hechos? Hace unos meses el Presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, afirmaba que “el euro era como un abejorro”, un fenómeno de la naturaleza, porque no debía volar, pero volaba. El abejorro sigue volando, pero el euro lo tiene más difícil. Cuestiones del diseño. De eso, por desgracia, no pueden culpar a las personas que vivían por encima de sus posibilidades, pero tampoco a las constructoras ni a los bancos, ni siquiera a las cajas de ahorro.
Para conseguir que el abejorro siga volando la guía y fin de nuestra política es la reducción del déficit y el equilibrio fiscal, cueste lo que cueste. Comparto la primera parte, pero me detengo ante la segunda. Decía Albert Camus que “la responsabilidad para con la historia a uno le exime de la responsabilidad hacia los seres humanos”. Y así van las cosas.
Posiblemente, ya veremos, haya mejoras en términos de PIB, deuda, y todas esas cosas técnicas, pero en la calle las cosas se sienten de otra manera: la gente no llega ni a mediados de mes y hechos básicos de nuestra protección social se están viendo cuestionados. En algún momento es necesario contener la avalancha de recortes que afectan a todo el mundo, y por tanto, con mayor impacto a los que tienen menos. Ya no son recortes, son mutilaciones. La afásica política de Rajoy no nos está dejando a los comunes más que un exceso de motivos para el desasosiego. Sería de agradecer que los miembros del gobierno desempolvaran las viejas obras de Maritain e intentaran recordar qué es la dignidad humana, ésa que a fuerza de mutilaciones sociales se ve diariamente disminuida. Desgraciadamente nuestro Gobierno se ha situado con firmeza junto al muro de la inflexibilidad.
Hace unos días hablaba Joaquín Estefanía en su columna de El Pais del no cumplimiento de la teoría de la destrucción creadora (“hecho esencial del capitalismo”), popularizada por Schumpeter, o sea, del proceso transformador y renovador que aporta la innovación. Afirmaba Estefanía que los tres elementos de los que depende esa teoría, la innovación permanente, la calidad del empresariado y el acceso a créditos baratos, no se cumplen, como por otra parte es más que evidente, en nuestro país. Resultados: desaparición de empresas, paro masivo, destrucción de la cohesión social.
Ahora Rajoy reconoce que en 2013, aunque será mejor que 2012, aún no habremos tocado suelo. Y, sin embargo, muchos tenemos ya la boca llena de tierra. Además los pronósticos del Gobierno no coinciden con los de los demás: Comisión Europea, Eurostat, FMI, etc. La realidad es que el consumo sigue cayendo, la inversión sigue cayendo, en fin, todo cae, menos las cifras de desempleo, que suben y suben, a pesar de que, según la ministra Fátima Báñez, la Virgen del Rocío está echando un capote. La extrema austeridad que nos impone el Gobierno mientras tenemos una tasa de paro del 25%, que continúa en ascenso, creo que no conseguirá ya mucho más. Tampoco creo que la agitación social que esas medidas están produciendo incida positivamente en la confianza de inversores extranjeros para poner en marcha sus negocios aquí. No se ve por ningún lado el establecimiento de políticas reales de crecimiento. No sólo es necesario apuntalar los muros del sistema, también hay que reformar urgentemente los cimientos del mismo. Y, o no se está haciendo o no son capaces de transmitirlo claramente. Solo nos transmiten la absoluta frialdad de una tostada de ayer.