En los últimos años, el periodismo digital ha sucumbido a una adicción insaciable: el uso desenfrenado del término “experto”. Cualquier tema, por nimio que parezca, puede ser convertido en una cátedra si un supuesto experto o experta lo avala. Pero, ¿realmente necesitamos expertos para opinar sobre la mejor forma de pelar un plátano? ¿De verdad hay cátedras secretas sobre cómo interpretar la última canción de Shakira”? Vamos a ver cómo el término “experto” se ha convertido en la coartada perfecta para todo tipo de disparates mediáticos.

Antes de internet, un experto era una persona con años de experiencia, títulos acreditados y una opcional, pero respetable, calva que hablaba con propiedad sobre un tema concreto. Hoy, un experto es cualquier persona que se haya hecho viral en Twitter, un colaborador fijo de televisión o alguien que ha escrito tres posts en LinkedIn. No importa la profundidad del tema. Con solo dos requisitos -WiFi y cara dura- puedes opinar sobre el cambio climático, la geopolítica de Oriente Medio o la mejor receta de torrijas.

Los medios digitales, por supuesto, ha olido el filón. “Las 3 creencias falsas más sonadas sobre los quesos: un experto las desmiente”, “El mejor momento del día para tomar café, según los expertos”. ¿Quiénes son estos expertos? ¿Dónde están sus diplomas? ¿Son doctores en “Cafetería Aplicada”? Nunca lo sabremos. Pero ahí estamos, haciendo clic, porque si un experto lo dice, ¿quiénes somos nosotros para llevarle la contraria?

La palabra “experto” en los titulares funciona como un imán para nuestra curiosidad. Es casi tan eficaz como el clásico “No creerás lo que pasó después”. Si un artículo comienza con “Un experto afirma”, es probable que el contenido esté respaldado por un amable desconocido cuyo título más relevante es haber salido en la sección de comentarios de YouTube.

Estos expertos, a veces son “científicos”, “investigadores” o simplemente “personas cercanas al tema”. En otras ocasiones, son más vagos aún: “Un estudio reciente de la Universidad de Walawala afirma que comer zanahorias mejora tu productividad”. ¿Qué estudio? ¿Qué universidad? ¿Walawala existe? Nadie lo sabe. Lo importante es el titular. El experto, como tal, no importa.

La proliferación de expertos no sería posible sin la democratización (esta palabra para otro día) del término. Hoy puedes autoproclamarte experto en casi cualquier cosa, especialmente si estás dispuesto a ponerlo en tu biografía de Instagram. “Experto en comunicación emocional”, “Experto en dietas alcalinas para perros” o, mi favorito, “Experto en la vida”.

¿Quieres ser un experto en algo? Aquí tienes un tutorial rápido:

  1. Escoge un tema poco conocido. Cuanto más ambiguo, mejor. La “microgestión del mindfulness laboral” suena suficientemente académico como para que nadie te lo discuta.
  2. Usa palabras complicadas. Habla de “sinergias transversales” y “dinámicas disruptivas”. Cuanto menos se entienda, más experto pareces.
  3. Haz un curso online. Nadie verificará si fue en Harvard o en la Universidad de la Vida.
  4. Escribe un artículo. Si lo publicas en LinkedIn, ya puedes añadir “Autor experto” a tu biografía.
  5. Di que eres un experto. Así de simple. Nadie te pedirá pruebas.

Algunas áreas temáticas son particularmente fértiles para la creación de estos expertos. Por ejemplo, la economía. ¿Quién no ha visto un titular que diga algo como: “Expertos advierten que la crisis se agudizará en 2025”? ¿Quiénes son estos expertos? ¿No son los mismos que predijeron en 2010 que para 2020 estaríamos usando monedas de oro como en Juego de tronos?

Otro ámbito clásico es el de la salud. “Expertos alertan sobre el peligro de las ensaladas de bolsa” es otro titular visto por ahí. No importa lo absurdo de la alerta, porque detrás de cada artículo hay un supuesto experto que, probablemente, ha leído un par de estudios o, en el peor de los casos, ha sido un invitado habitual en un programa de televisión con un fondo de biblioteca falsa.

En paralelo a estos expertos tenemos la figura del gurú, que es básicamente un experto, pero con un libro autopublicado y 200.000 seguidores en Instagram. Los gurús no necesitan títulos ni estudios; solo necesitan una buena historia. Si puedes afirmar con convicción que “el éxito se logra levantándote a las 5 de la mañana”, y la gente no te manda a tomar por culo, ya puedes autoproclamarte gurú del desarrollo personal.

Los medios aman a los gurús porque no necesitan ser verificados. ¿Cómo desmentir a alguien que asegura haber “hackeado su productividad” o que dice ser un “experto en felicidad”? Son expertos autogenerados, libres de carga académica y su mera existencia perpetúa esta epidemia del saber de cartón.

Ahora, un poco en serio, el uso indiscriminado del término “experto” tiene consecuencias preocupantes. Cuando todo el mundo es un experto, nadie lo es realmente. La palabra pierde peso, y con ella, la capacidad de distinguir entre información fiable y ruido mediático. ¿Cómo sabemos si el artículo que estamos leyendo sobre el impacto de los microplásticos en los océanos está respaldado por un verdadero especialista o por un influencer de pacotilla preocupado por su imagen?

Además, esta saturación de expertos genera desconfianza. Cuando vemos a cinco “expertos” opinando cosas radicalmente diferentes sobre un mismo tema, ¿a quién creemos? La opinión pública se fragmenta, y lo que debería ser un debate serio sobre ciencia, política o salud se convierte en un espectáculo de egos y titulares vacíos.

No hay que aceptar automáticamente cualquier cosa que un “experto” diga, especialmente si no podemos verificar sus credenciales. ¿Quién es? ¿Qué experiencia tiene realmente? Y, lo más importante, ¿me importa lo que dice sobre cómo doblar las toallas de baño?

El término “experto” ha pasado de ser un sello de calidad a un comodín del marketing mediático. Si bien resulta divertido imaginar a hordas de supuestos expertos opinando sobre los temas más absurdos, también es una señal de alarma sobre cómo consumimos información. La próxima vez que leas un titular, hazte una pregunta sencilla: ¿esto es ciencia o puro teatro? Si es lo segundo, ríete, comparte el artículo con tus amigos y recuerda: hoy en día, ser un “experto” es más fácil que nunca, sólo necesitas WiFi y cara dura.