En medio de críticas políticas y sociales, un taller público sobre masturbación es objeto de ridículo en esta sátira que cuestiona la intelectualización de un acto natural. La ironía se mezcla con la crítica a la absurda noción de que aprender a masturbarse previene el embarazo no deseado, mientras se destaca la imbecilidad de politizar un comportamiento instintivo. Esta diatriba socava la idea de que la masturbación puede enseñarse, subrayando la ridiculez de la intelectualización en exceso de aspectos de la sexualidad humana.
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