Máximo exponente de la Escuela Veneciana del Cinquecentto –donde el color y la luz predominan sobre el dibujo-, Tiziano Vecellio, se formó en el taller de los hermanos Gentile y Giovanni Bellini, donde conocería al artista que más le influyó, Giorgione. La Piedad fue su última obra, de hecho no pudo terminarla él –lo hizo en su lugar Palma el Joven-, y estaba destinada a adornar su propia sepultura, aunque finalmente fue otro su destino. Muerto muy longevo por la peste negra, Tiziano fue probablemente el pintor de mayor éxito de su tiempo.
Galería de la Academia, Venecia 352×349
Acentúa la tensión de la escena el juego entre el torrente de luz y la penumbra que se entrecruzan en este cuadro de atmósfera espectral. Dos diagonales, con un Jesucristo blanquecino y brillante en el vértice inferior, señalando la prevalencia de la luz de la verdad, componen el cuadro; a los lados Moisés, con las tablas de la ley, y Helesponto, portando la cruz y la corona de espinas. María en su regazo acoge al Hijo de Dios, y a cada uno de sus lados María Magdalena y Nicodemo. El ángel con la antorcha, como símbolo de la vida eterna, y los leones, representación de Venecia. Ambiente brumoso, como el propio ambiente de Venecia.
En La piedad aparecen luz y color como fuerzas íntimamente unidas, produciendo la transfiguración -misión fundamental del arte pictórico- del alma humana mediante el alma de la pintura.
El Concilio de Trento (1545-1563) exhortaba al extremo cuidado sobre el qué y el cómo se representaba en las imágenes expuestas en las iglesias. Marcó exigencias sobre la iluminación y la penumbra con el objetivo de alumbrar la devoción y el sentimiento religioso de los fieles. Es decir, se pretende la eficacia de la imagen en lo devocional. Sin duda, La piedad es, desde esta óptica, un gran éxito.
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