En ciertos aspectos es también esta novela un libro de proverbios. Los agudos y sutiles dardos que Lord Henry lanza sin cesar y sin errar contra la sociedad son quizá lo más conocido de “El retrato de Dorian Gray”. Pero la novela tiene una profundidad mayor: el tratamiento del bien y el mal, el mito de la eterna juventud, el hedonismo y, cómo no, el arte. Aprovecha Oscar Wilde para realizar otro retrato, el de la alta sociedad británica de la época victoriana, con su santificación de las formas y su doble moral. Esta novela participa del mito de Fausto como también del mito de Pigmalión.

Lord Henry y Dorian son los personajes centrales de la narración. Ambos nadan en las emponzoñadas aguas de la corrupción moral. Mientras que la Razón es el motor que mueve el alma gangrenada de Lord Henry, a Dorian lo impulsa el Deseo. El cinismo hedonista de Lord Henry se convierte a manos de Dorian en un hedonismo salvaje que daña a todo el que tiene contacto con él, que deja huellas imborrables en el honor, la honestidad y la moralidad de sus acólitos de ambos sexos. Si Lord Henry se nos muestra como un teórico, Dorian es sin duda un héroe de la acción. Lo que en Lord Henry es amoralidad Dorian lo transforma en inmoralidad.

El reflejo de la decadencia moral, en términos sociales, corre paralelo a la decadencia física, en términos individuales. El esteticismo y el dandysmo son también características más que relevantes de la única novela de Oscar Wilde. Desenamorarse de una mujer porque sea una mala actriz, porque no está a la altura de su arte, es algo nunca visto. Mas Dorian se ha enamorado, como Narciso, de un ideal de belleza y de perfección que representa él mismo y es absolutamente intolerante a la vulgaridad.

Desde su nacimiento es Dorian un personaje socialmente marcado. Su clase social, representada principalmente por la figura de su abuelo, lo ve como el fruto no deseado de un matrimonio inconveniente: es hijo de la fatalidad. En su edad adulta Dorian devuelve con creces esa marca, convirtiéndose en una especie de líder espiritual de algunos jóvenes aristócratas a los que conducirá por los caminos de la indecencia.

La angustia ante el paso del tiempo, el anhelo de eternidad, así como la exaltación del ideal de belleza hacen a Dorian formular el deseo de conservarse siempre joven y que sea su retrato quien envejezca por él. Y sucede: el cuadro absorberá el paso de los años y, sobre todo, el mal que Dorian ejecuta con vileza, y Dorian puede dedicarse a vivir sin preocupaciones morales. Nuestro personaje se sumerge por completo en una vida plena en la búsqueda de placeres sensuales, y esta indagación lo lleva a tratar a las personas con crueldad, como si fueran meros objetos de placer. Sin embargo no se puede ser cruel con un objeto y, por tanto, el placer obtenido de ese tratamiento como cosa de las personas se convierte en un placer deshumanizado. Y esa deshumanización, en Dorian Gray, tiende puentes hacia la locura.

Pero llega un momento en que esto deja de suceder; Dorian siente remordimiento e inquietud moral. No le basta con desviar su culpa a un retrato que a cada acto nefando va degradando la figura retratada. Y esa degradación pictórica, como metáfora de la degradación moral, va conduciendo a Dorian a la locura y la autodestrucción.

Como Prometeo Dorian ha robado a los dioses; pero si el titán fue un héroe civilizador nuestro caballero es un paladín demoníaco. Su esfuerzo por desbordar los límites de la naturaleza humana le lleva a incurrir sistemáticamente en pecado de hybris. Y esa hybris será violentamente castigada. Dorian pretende liberarse mediante la destrucción del retrato; una destrucción del retrato que supone un intento de acallar la propia conciencia y de reconstruir su alma. Y supone, asimismo, el fin, porque realmente es el retrato el que contiene el alma de Dorian Gray, y sin él Gray no es nada.