Allá por los siglos VI y V a.C. vivió Pitágoras de Samos. En mi época se le estudiaba en el colegio, en Matemáticas, por su famoso Teorema que, no os preocupéis, no explicaré aquí. En mi caso, además, como me dio por acometer lecturas filosóficas estudié algo más sobre él. Es el caso que Pitágoras, además de un insigne matemático, era un fanático que fundó una secta que llegó incluso a competir con el cristianismo -otro movimiento sectario en sus inicios- en los primeros siglos de nuestra Era.
Pues bien, entre las muchas prohibiciones de la secta pitagórica existía una que siempre llamó mi atención: la prohibición de comer habas. Había por entonces la creencia, importada de Oriente, de que la vida disponía de una cantidad limitada de aliento (aire que se expulsa al respirar, impulso vital). También resulta que entonces, como ahora, no era una costumbre bien vista la de tirarse pedos. Y las habas, es bien sabido, producen gases. La cuestión final es que con cada cuesco no sólo molestaban a quienes estaban a su alrededor sino que además acortaban su vida. Algo parecido a lo que hoy, más de 25 siglos después, nos argumentan contra el tabaco. En fin, ¡prohibido comer habas! y ¡prohibido fumar!. En ambos casos lo que comenzó siendo una cuestión de modales se desplazo al terreno de la salud, individual con las habas, y pública con el tabaco, como bien nos explicaba la nunca bien ponderada Ministra del ramo.
Pero me venía hoy a la mente la cuestión del pedo de Pitágoras viendo el panorama político patrio. Aún nos es imposible conocer cómo se resolverá la partida de póquer post-electoral. Quizá gobierne Rajoy, quizá Sanchez, quién sabe si Iglesias, o cualquier otro. O quizá, como hasta ahora, continúe el desgobierno. Unos dicen que quieren hablar, otros que tienden la mano, y otros más que blablablá. Las jaculatorias de unos y otros para disfrazar su avidez de poder son pura desvergüenza. Y cada cual estableció su propia prohibición de comer habas, sus líneas rojas, como éllos las llaman, pero cuando nos va llegando el olor sabemos que han comido de lo prohibido y resta por ver si finalmente su pecado les costará su propia vida política, como con las habas, o las de todos, como con el tabaco.
Así que aquí andamos todos al trote cochinero que nos marcan aquellos que no son ni la nata de los comedimientos ni la flor de las ceremonias, esos revolucionarios del gesto que no aceptan gesto ajeno alguno, y esos otros que han mostrado más que sobradamente su incapacidad, no ya para revolucionar algo, sino para sencillamente modificarlo. Ya veremos en qué queda toda esta filfa negociadora aunque, de momento, no apunta nada bien.
De lo único que tenemos pruebas a día de hoy es de que el roscón de Reyes -con perdón- se lo han comido entre todos, y a nosotros, a los ciudadanos, nos ha tocado un año más la haba. Y, claro, nosotros pagamos la fiesta.