Llevo una semana fabulosa, que está semiterminando. Llega uno a casa con la simple y estúpida intención de descansar un rato. Y en eso se viene a quedar la cosa, en intenciones, simplezas y estupideces.
Primer ejemplo: nada más entrar en la cocina tropiezo con el tendedero y va la ropa a tomar por culo. ¡Uy! ¡perdón! ¡quiero decir que va la ropa a tomar por culo vaya!
Pues nada, hombre, te jodes y te agachas y la vas recogiendo mientras que por aprovechar la energía consumida, porque yo soy más sostenible que Zapatero -de infausta memoria-, en inclinarte y levantarte, y como la nevera (o frigorífico para los más cultos de facebook) me queda a la mano, pues estiro el brazo y maniobro para sacar un “cacharro de plástico donde se guarda comida” o taper de los cojones (tupper of the bollock’s, quizá?) que contienen unos macarrones (maccheroni, más o menos) cocidos el domingo y que aún no tienen moho. Así, un clásico: una cucharadita de aceite, macarrones y un poco de sal. Y se adoba con la mejor salsa del mundo que ya nos dijo Cervantes que es el hambre. Iba a decir (el subconsciente), la hembra; pero ése es otro menú.
Pues nada, que he cenado italiani doméstico y me he ido a la ducha. Oye, y como en un spa. A ratos sale el agua fría, a ratos caliente,…, pero no carezco ni del factor sorpresa ni del sobresalto del cambio. Y sin pagar extras: es solo un fallo de fontanería que me hace sentir como un marqués y me deja la piel que ni os cuento.
En fin, que salgo de la ducha with goosebumps (sí, lo habéis adivinado: con la piel de gallina), y me voy al dormitorio a gozar del mejor momento del día: tumbarme en la cama y fumarme un cigarro como si el mundo se fuera a acabar en diez minutos. Y aquí viene el segundo ejemplo y motivo real de esta parrafada: al coger el cenicero (redondo, cristal, de unos 8-10 centímetros de diámetro y -sorprendéos- exactamente la mitad de radio) se me ha escapado de la mano y en un acto reflejo, posiblemente motivado por el estrés, ha resurgido mi espíritu infantil y he aprovechado la trayectoria de caída del vidrioso elemento para rematarlo de un patadón que el mismísimo Gerd Muller hubiera envidiado. Conste que me ha dolido un poco, pero, como no soy del Real Madrid, ni necesito atención médica ni estoy falto de condiciones para currar mañana. Bueno, un masaje lo aceptaría si hay voluntaria (esto no es machismo sino preferencia personal). En conclusión: mañana tengo que comprar un cenicero.