Es algo duro de reconocer, pero estoy babeando. No, no os asustéis, no me he enamorado. He ido a LA dentista (obsérvese la marca de género, acorde a los tontos tiempos que vivimos). Estando allí tumbado en el sillón dental, que es como parece que se llama esa acojonante butaca, con los ojos cerrados, la boca abierta y el culo encogido, me ha dado por pensar, para abstraerme, en cómo alguien llega a ser dentista (odontólogo ahora, para estar más cerca de la ciencia). ¿Es por un criterio puramente crematístico? Vale, eso lo puedo entender. ¿Es porque no sabía uno a qué dedicarse y poco a poco empezó en eso? No sé, es muy improbable. Eso vale para un mecánico, un fontanero, o alguien como yo, que soy medio mecánico y medio fontanero. Y por fin he llegado a un pensamiento desolador: ¿puede ser por vocación?
Vocación, en su origen, significaba una llamada de Dios hacia Él (ya luego, si acaso, quizá, puede ser,…, confirmo en algún diccionario la exactitud de esto); y luego, es de suponer que en algún inconcreto momento entre la Edad Media y la Modernidad, evolucionó hacia una llamada a un quehacer o una profesión. Desde el punto de vista sanitario, ¿qué diablos puede mover vocacionalmente al alma humana a hurgar, trastear, pinchar, extraer, en una zona de tan poco interés?
Sabemos que ya, al menos desde el Renacimiento (ya luego si eso miro si antes, que ahora me estoy tomando un pacharán que la mitad me lo bebo y la otra mitad se me cae por los lados, mientras escribo esto con las notas del móvil), y ni os cuento en el Lejano Oeste (o Far West para los que tengáis el B-1), el barbero y el sacamuelas eran la misma persona. Venían a ser como especialistas en cosas de cuello para arriba. No te hacían una trepanación porque Sinuhé el egipcio se llevó el secreto a la tumba, y aún se tardó un poco en redescubrir la técnica para abrirle la chorla a alguien con criterio quirúrgico. Sin criterio quirúrgico el ser humano, en todo momento y lugar, ha sabido, sabe y sabrá diversas técnicas para ejecutar este tipo de acción. Debe ser que forma parte de aquellos arquetipos que Jung explicaba en su tiempo.
Pero me estoy dispersando. La vocación: esa es la inquietante cuestión. Entiendo que a todos nos resulta más o menos sencillo comprender la vocación del médico, pero claro si pensamos en esto, pensamos en curar el cáncer o cosas tremendamente importantes. Si pensamos en la vocación de un cura, bueeeeeno, pueeeesss, también, más o menos, se puede entender: aliviar almas y parece ser que también cuerpos. Pero, ¿un dentista?; ¿la vocación es acabar con la caries?, ¿sacar una muela?, ¿poner un puente? Parecen objetivos menores para una llamada vocacional. En fin, el martes que viene vuelvo. Seguiré reflexionando entonces sobre la cuestión. Ahora me voy para casa que tengo que lavar la camisa.