En casa, sentado relajadamente en una estancia blanca, me he topado con este pensamiento de Stirner (en la imagen). No sé si ha sido el azar o la necesidad pero lo auténticamente cierto es que en el preciso instante de cruzarme con el viejo Max andaba yo empeñado en deshacerme de algo que no era yo, cosa que finalmente he conseguido, con notable éxito y algún pequeño contratiempo. Pero de ahí a acompañar a otros en estas tareas hay una distancia sideral.
Luego he visto que llaman a esto “acompañamiento filosófico”, y ahí, siendo la filosofía uno de mis más viejos y queridos amores, me he crispado, me he tensado, …, y ese natural y cómodo proceso en el que andaba enfrascado ha quedado detenido. En este país, que recuerdo que se llama y es España, tenemos una larga y rica tradición filosófica cuyas mejores partes se han cocido, como sus autores, en los bares. Sólo ahí tiene sentido hablar de acompañamiento filosófico; lo demás es pura filfa.
¿Y lo del médico del alma? Por los clavos de Cristo, en España son, sin lugar a dudas, nuestros generosos, indulgentes, paternales, clementes, compasivos, complacientes, en fin, virtuosos camareros.
Claro que algún malandrín hay en la profesión; son aquellos influidos por las escuelas alemana y francesa, sobre todo, que bien pronto suelen perder clientela filosófica y se quedan, tampoco por mucho tiempo, con el clásico borracho acultural.
Existe un tercer tipo de “médico del alma”, como lo llaman en el ridículo cartelito superior, es el “camarero malafollá”, una mezcla, sin formulación clara de los dos anteriores, que se da mayoritariamente en la zona de Granada. Pero esto daría para un libro.