Ahora que hace medio siglo de mi primera comunión he vuelto a leer “La isla del tesoro”. La novela de aventuras, igual que el mar en calma que oculta peligros invisibles bajo su superficie, suelen aparentar cierta simpleza. Pero si te sumerges en ellas, y en “La isla del tesoro” en particular, comprobarás en seguida que no haces pie, que son aguas profundas.
“La isla del tesoro” de Robert Louis Stevenson, publicada en 1883, es, como digo, uno de estos océanos narrativos. Aunque se la suele etiquetar como novela juvenil, hay mucha más complejidad y profundidad de la que podría imaginarse al principio.
La historia comienza en la tranquila posada Almirante Benbow, donde el joven Jim Hawkins vive con su familia, aparentemente destinado a una vida sin sobresaltos. No obstante, todo cambia cuando un anciano pirata, Billy Bones, llega con un baúl cargado de secretos y un destino sellado. La muerte del bucanero revela un mapa que lleva a un tesoro enterrado en una isla remota, desatando la aventura que conducirá a Jim a embarcarse en una travesía que lo transformará por completo.
Jim Hawkins, a primera vista, parece un personaje arquetípico: el joven ingenuo que se enfrenta al mundo exterior, lejos del confort de su hogar. Pero conforme avanza la novela, Stevenson nos invita a ver más allá de la superficie. Jim no es solo un espectador pasivo que se limita a presenciar los acontecimientos. Es un chico que, a pesar de su corta edad, demuestra una astucia y valentía que lo pondrá en una posición central dentro de la narración. Desde el momento en que descubre el mapa del tesoro hasta su audaz decisión de infiltrarse en el campamento de los piratas, Jim no dejará de sorprendernos.
En este sentido, “La isla del tesoro” puede leerse como una novela de iniciación, en la que el joven protagonista madura a través de la propia aventura. Jim, al principio, es un chiquillo, pero pronto se va a convertir en un joven decidido. Así, su enfrentamiento con Israel Hands es uno de los puntos culminantes de esta transición: el duelo no solo se libra en cubierta, sino también en el interior del protagonista. La sangre derramada no solo es la de su adversario, es también el símbolo de muerte de su inocencia.
Si Jim Hawkins es el corazón de la historia, Long John Silver es su sombra. Stevenson construye un personaje con tal maestría que ha terminado por definir la imagen que todos tenemos de los piratas. Cojo, astuto, con un loro sobre el hombro, Silver es un hombre que vive al margen de la ley y la moral. Pero reducirlo a un simple villano sería un error.
John Silver es un personaje repleto de matices. Su relación con Jim es ambigua: por un lado, actúa como mentor y figura casi paternal, por otro, no duda en traicionarlo cuando sus propios intereses están en juego. Silver representa perfectamente la dualidad del ser humano: capaz de la mayor lealtad y de la más vil traición. En sus manos, la lealtad es una moneda que cambia de manos, y no hay promesa de que no pueda romperse si el precio es el adecuado.
Ayer me preguntaba a mí mismo ¿cómo es posible que un personaje tan desleal y tan manipulador como Long John Silver siga siendo uno mis favoritos? Y yo mismo me respondía, entre trago y trago de whisky, que la respuesta a esa pregunta está en su complejidad. Nos vamos a enfrentar a lo largo de la novela con una tensión constante entre el carisma de Silver y su falta de escrúpulos. No es un simple antagonista; es un hombre que, en otro contexto, podría haber sido un héroe.
Uno de los temas más persistentes en “La isla del tesoro” es la codicia. Desde el momento en que Jim encuentra el mapa, todos los personajes parecen ser arrastrados por un deseo insaciable de riqueza. El tesoro del capitán Flint, enterrado en una isla desierta, se convierte en una obsesión, y cada personaje, desde los nobles como el doctor Livesey hasta los más despreciables piratas, es víctima de esta fiebre.
Stevenson no se contenta con mostrarnos las consecuencias más evidentes de esta codicia. Si no que, a través de personajes como Ben Gunn, nos enseña que la verdadera riqueza no está en el oro enterrado, sino en el ingenio y la capacidad de adaptarse. Mientras que los piratas se matan entre sí por un tesoro, Gunn sobrevive aislado en la isla, mostrando que, a veces, la mayor victoria es simplemente la de seguir con vida.
Pero, para Jim Hawkins, el oro nunca fue su motivación. Jim busca la aventura, el desafío, el reconocimiento. La riqueza es secundaria para él, y esto lo coloca en un plano moral superior al de los demás personajes. Esta es la gran diferencia, la que construye su carácter y la que finalmente lo convierte en el héroe de la historia.
Stevenson utiliza la geografía de la isla para intensificar la tensión y crear una atmósfera claustrofóbica en la que los personajes deben luchar no solo contra sus enemigos, sino también contra el entorno. Las montañas, los acantilados y los bosques son obstáculos físicos, y representan desafíos internos que cada personaje debe superar. La isla en sí misma adquiere la importancia de un personaje más.
La isla también es un espacio, un lugar, donde las reglas de la civilización se suspenden y donde los personajes muestran sus verdaderas naturalezas. Al igual que la isla, Jim está lleno de potencial inexplorado, y es solo a través de la adversidad que puede descubrir quién es realmente. En este sentido, se convierte en una metáfora del viaje de Jim hacia la vida adulta.
“La isla del tesoro” es mucho más que el relato de la búsqueda de un tesoro enterrado. Es una reflexión sobre la codicia, la lealtad y la ambigüedad moral.