En la historia del arte, pocas obras han conseguido mostrar el fervor revolucionario con la intensidad y el dramatismo de La Liberté guidant le peuple (La Libertad guiando al pueblo). Esta monumental pintura al óleo, realizada por Eugène Delacroix en 1830, es una de las piezas más famosas del Romanticismo, además de una bella representación del espíritu combativo que impregnó la Revolución de Julio de 1830 en Francia.

Ferdinand Victor Eugène Delacroix (1798-1863) fue uno de los principales exponentes del Romanticismo, un movimiento artístico que surgió como respuesta a la racionalidad ilustrada y al orden neoclásico. En lugar de seguir las normas estrictas del academicismo, los románticos apostaron por la exaltación de las emociones, la libertad creativa y la representación de lo humano.

Delacroix destacó por su dominio del color y su pincelada suelta, características que lo convirtieron en un referente para generaciones posteriores, influyendo incluso en los impresionistas. Su obra se caracterizó por el dinamismo, la energía y el uso de contrastes, construyendo así obras de gran intensidad.

En La Libertad guiando al pueblo, el artista consigue una combinación de narrativa y ejecución que hace de esta obra un símbolo revolucionario que trascenció su propio contexto temporal.

Dentro de esta tradición romántica, Delacroix recibió una fuerte influencia de La Balsa de la Medusa de Théodore Géricault, una obra que había conmocionado al público en 1819. La relación entre ambas pinturas se hace evidente en varios aspectos, aunque cada una conserve su propia identidad y propósito artístico.

Uno de los puntos de conexión es la composición en una estructura piramidal, una organización visual que dirige la mirada del espectador hacia el punto culminante de la escena. En La Balsa de la Medusa, el punto más alto lo ocupa el hombre que agita un trapo. En La Libertad guiando al pueblo, Delacroix retoma esta estructura, pero la resignifica en clave heroica: en la cúspide se encuentra la figura femenina que representa a la Libertad, portando la bandera tricolor de Francia y guiando a los revolucionarios en su lucha.

Para comprender la trascendencia de la obra, es necesario situarla en su contexto histórico. La Revolución de Julio de 1830 fue una insurrección popular que estalló en Francia contra el rey Carlos X, cuyo gobierno había adoptado medidas autoritarias, como la censura de la prensa y la limitación de derechos constitucionales. Durante tres días, del 27 al 29 de julio, los ciudadanos de París tomaron las calles, levantando barricadas y enfrentándose a las tropas reales. Finalmente, el levantamiento logró derrocar a Carlos X y establecer un nuevo régimen con Luis Felipe I como monarca constitucional.

Delacroix, aunque no participó directamente en la revuelta, sintió la necesidad de plasmar en su arte la pasión y la heroicidad del momento. En una carta a su hermano, escribió: “He emprendido un tema moderno, una barricada, y aunque no haya combatido por mi país, al menos pintaré para él”. Este sentimiento de compromiso se refleja en cada elemento de la pintura, que se convierte en una crónica visual del levantamiento.

Con unas dimensiones de 260 x 325 cm, La Libertad guiando al pueblo es una obra de gran formato que se impone por su fuerza. La composición se estructura en un movimiento ascendente, que guía la mirada del espectador desde los cuerpos caídos en el primer plano hasta la figura triunfante de la Libertad.

El eje central de la obra es una mujer, la encarnación la Libertad. Con el torso semidesnudo y la mirada resuelta, avanza con paso firme sobre los cadáveres de los caídos. Lleva calado el gorro frigio y en su mano derecha la bandera tricolor de Francia, símbolos de la Revolución, mientras que en la izquierda sostiene un fusil con bayoneta, uniendo así el ideal con la acción. Esta representación remite a figuras alegóricas de la Antigüedad y del Renacimiento, pero también a Marianne, emblema de la República Francesa.

Rodeando a la Libertad aparecen combatientes de distintas clases sociales, lo que refuerza la idea de un levantamiento popular. Entre ellos destacan un niño con dos pistolas, que nos recuerda a Gavroche, el joven insurgente de Los Miserables (1862) de Victor Hugo. Es la representación de la valentía de la juventud y el compromiso con la causa revolucionaria. A la izquierda de la Libertad podemos ver a un burgués con sombrero de copa y armado con una escopeta, posiblemente un intelectual o comerciante que se suma a la lucha; y a su izquierda un obrero con una espada, simbolizando el papel de las clases trabajadoras en la revuelta. Estos personajes no son meros figurantes, sino que reflejan la diversidad del movimiento revolucionario y la unión de distintos sectores de la sociedad en un objetivo común.

Tenemos, además, en primer plano, los cuerpos de los muertos, tratados con una crudeza que recuerda a las representaciones de Goya, refuerzan el dramatismo de la escena y muestran el precio de la lucha por la libertad. El cadáver semidesnudo parece aludir al sacrificio de los mártires de la Revolución. Sin embargo, su postura me recuerda la tradición del Cristo muerto, un motivo recurrente en la historia del arte. En la parte superior derecha de la obra se distinguen las torres de Notre-Dame envueltas en humo, una conexión directa entre la escena revolucionaria y la realidad parisina.

Delacroix presentó la obra en el Salón de París de 1831. Algunos críticos la consideraron demasiado violenta y cruda, mientras que otros la alabaron por su fuerza expresiva y su audacia. Luis Felipe I adquirió la pintura para el Palacio de Luxemburgo, pero más tarde fue devuelta al autor debido a su carga política. Años después La Liberté guidant le peuple fue expuesta de manera permanente en el Museo del Louvre.