A mediados de la década de los setenta, Hollywood vivía una auténtica fiebre por las películas de catástrofes. “El coloso en llamas” ( The Towering Inferno , 1974), dirigida por John Guillermin y producida por Irwin Allen, es una de las cimas del género. Lo que pudo haber sido una historia más sobre incendios se transformó en una crónica visual sobre la arrogancia tecnológica, la corrupción constructiva y la vulnerabilidad humana cuando la gran torre de cristal, símbolo de poder moderno, se convierte en horno y tumba.
Con un reparto plagado de estrellas, una historia llena de tensión y efectos visuales espectaculares para la época, esta película consolidó la popularidad del cine de desastres y se convirtió en un hito cinematográfico.
La cinta parte de una historia doble. El guion toma elementos de dos novelas distintas: The Tower de Richard Martin Stern y The Glass Inferno de Thomas N. Scortia y Frank M. Robinson. La fusión dio como resultado un guión (de Stirling Silliphant) más ambicioso que cualquiera de las fuentes originales. El edificio protagonista, ubicado en San Francisco, representa la cúspide de la arquitectura moderna: 138 pisos. Una gala de inauguración en la parte más alta del edificio y un sistema eléctrico construido con materiales baratos ponen en marcha la acción.
Irwin Allen, productor y codirector de las escenas de acción, ya había triunfado con La aventura del Poseidón (1972), otra alegría del cine de catástrofes. Su visión grandilocuente y su capacidad para gestionar grandes producciones con múltiples personajes hicieron de El coloso en llamas un proyecto enormemente ambicioso. La película contó con la colaboración de dos estudios rivales, 20th Century Fox y Warner Bros., algo inusual en Hollywood, lo que subraya la magnitud de la apuesta.
El presupuesto fue de aproximadamente 14 millones de dólares, una suma considerable para la época, pero la inversión valió la pena: la película recaudó más de 100 millones en taquilla, convirtiéndose en un fenómeno.
Entre los elementos que convierten El coloso en llamas en un hito está su reparto estelar. Steve McQueen y Paul Newman comparten protagonismo como dos caras del mismo conflicto: el primero es Mike O’Halloran, jefe de bomberos; el segundo, Doug Roberts, arquitecto idealista que diseñó el edificio sin supervisar su ejecución. La rivalidad entre ambos actores era legendaria, lo que llevó a situaciones curiosas en el rodaje. Para evitar que alguno sobresaliera más que el otro, se establecieron condiciones precisas: ambos tendrían la misma cantidad de líneas de diálogo y sus nombres aparecerían al mismo tiempo en los créditos, con uno a la izquierda y otro más alto a la derecha.
Junto a ellos, un elenco de lujo completaba la historia: William Holden (James Duncan) como el magnate de la construcción, Richard Chamberlain (Roger Simmons) yerno del anterior e ingeniero irresponsable, Susan Blakely (Patty Duncan Simmons) interpreta el papel de su esposa, Faye Dunaway (Susan Franklin) como el interés romántico de Newman, Fred Astaire (Harlee Claiborne) en un papel dramático inusual para él y Jennifer Jones (Lisolette Mueller) en su última actuación en el cine. Robert Vaughn y Robert Wagner también tenían papeles clave en la trama. La variedad de personajes permite explorar diferentes reacciones ante la catástrofe, desde el heroísmo hasta la cobardía, la arrogancia o el sacrificio.
La historia transcurre en el rascacielos más alto del mundo, la Torre de Cristal, en San Francisco. Diseñado por el arquitecto Doug Roberts, el edificio es inaugurado con una lujosa gala en su último piso, donde se reúnen cientos de invitados de la alta sociedad. Sin embargo, la euforia se transforma en terror cuando un incendio estalla en el piso 81 debido a una instalación eléctrica defectuosa causada por materiales baratos utilizados por el ingeniero Simmons.
Lo que sigue es una lucha desesperada por la supervivencia mientras el fuego se propaga. El jefe de bomberos O’Halloran y su equipo llegan para controlar la situación, pero las condiciones son extremas. El edificio, supuestamente seguro, se convierte en una trampa mortal. Los ascensores dejan de funcionar, las escaleras están bloqueadas y el fuego se alimenta del aire que circula por los conductos de los rascacielos.
El relato está lleno de momentos de gran tensión: intentos fallidos de evacuación, explosiones, derrumbes y escenas de heroísmo y tragedia. La película construye su clímax con un plan desesperado para salvar a los atrapados: la demolición controlada de un tanque de agua en la azotea para extinguir el fuego. Aunque el método funciona, no todos sobreviven, y la conclusión es agridulce.
Para 1974, los efectos especiales de El coloso en llamas eran revolucionarios. El equipo de producción utilizó una combinación de miniaturas, efectos y fuego real para lograr una sensación de realismo abrumadora. Irwin Allen supervisó personalmente las secuencias de acción, incluyendo explosiones y caídas de personajes desde gran altura. Se utilizaron especialistas en escenas peligrosas, aunque Steve McQueen realizó parte de sus propias escenas de riesgo.
La dirección de John Guillermin es muy eficiente y equilibrada. Maneja el drama humano sin perder de vista la acción y la espectacularidad. A pesar de la duración de la película (165 minutos), la tensión nunca decae. Los montadores de la película (Harold F. Kress y Carl Kress) hicieron un trabajo excelente, muy ágil y que nos mantiene a los espectadores atrapados en la lucha contra el fuego. Fueron bien recompensados por ello con el Oscar al Mejor Montaje.
El compositor John Williams, quien ya había trabajado en La aventura del Poseidón, creó una banda sonora épica que refuerza dos sensaciones principales: la de peligro y la de grandiosidad.
El edificio no es sólo un escenario. Es un personaje. En su interior se despliega toda una coreografía de impotencias: ascensores que fallan, escaleras inservibles, conductos de aire que alimentan las llamas.
Más allá del espectáculo, El coloso en llamas toca temas interesantes y que no pasan de moda, como la arrogancia humana al desafiar los límites de la tecnología sin tomar precauciones adecuadas. El personaje de Paul Newman representa la responsabilidad del arquitecto que ve su creación convertida en un desastre por la codicia de quienes recortaron costos. La conversación final entre McQueen y Newman resume el mensaje: los arquitectos deben pensar en la evacuación, no sólo en la forma o la altura del edificio. La seguridad no puede ser un añadido, sino parte esencial del diseño. Es una conclusión amarga: la torre no cayó por accidente, sino por cómo fue concebida. El fuego vino a hacer visible la fragilidad oculta bajo el vidrio y el acero.
La crítica a la corrupción empresarial es clara: el personaje de Richard Chamberlain simboliza a quienes recortan costes sin pensar en las consecuencias.
Naturalmente la película también refleja el heroísmo y la, hoy tan de moda, resiliencia. Steve McQueen encarna el sacrificio y la determinación de quienes arriesgan su vida para salvar a otros. Ese contraste que se nos presenta entre la alta sociedad, cómoda en su lujo, y los bomberos, que enfrentan el peligro real, es, en sí mismo, un comentario social interesante.
Como curiosidad adicional, el contexto histórico refuerza el alcance de la película: en los años 70, Estados Unidos se veía sacudido por la crisis del petróleo, el fin de la era Apolo y el escándalo de Watergate. Es como si la película fuera la alegoría de un país que empezaba a dudar de sus propios mitos.
El éxito de la película consolidó el género de desastres pero también marcó el principio del fin de su época dorada. A finales de los setenta, el público empezó a obviar estas historias, y la llegada de nuevos éxitos como Star Wars (1977) cambió el rumbo de Hollywood.
Cincuenta años después de su estreno, El coloso en llamas sigue siendo una de las películas de catástrofes más memorables. Su combinación de acción, drama y crítica la convierte en algo más que un simple entretenimiento. Y es un magnífico testimonio del cine de los setenta, de su ambición y de su capacidad para mezclar espectáculo con narrativas sólidas.
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