En el museo imaginario de la política española hay una vitrina muy especial: la de los títulos que no existieron jamás. Allí descansan, junto a cintas inaugurales y medallas a la “excelencia”, másteres evaporados, dobles grados fantasmas, doctorados pendings e incluso aquellos posgrados de tres tardes y un café con leche que alguna vez han sido lucidos en la web del Congreso. Los visitantes de este museo imaginario pueden admirar cómo, con el paso de las semanas, los currículos expuestos van encogiendo como camisetas mal lavadas, perdiendo másteres, licenciaturas y diplomas a un ritmo digno de estudio científico.
La trama es sencilla pero adictiva: alguien sube al escenario político con un currículo de película. Brilla, deslumbra, parece la viva imagen de la meritocracia. Hasta que, como en un thriller de bajo presupuesto, aparece un periodista armado con un buscador de Google y un par de llamadas a secretarías universitarias. Entonces el título que daba tanto lustre resulta ser un “cursillo” de ocho horas o un máster en el que ni siquiera se matriculó. El final siempre es igual: se retira discretamente de la web, se achaca a “un error administrativo” y se inaugura una nueva era personal de “transparencia”, consistente en no decir nada.
Lo más fascinante es la creatividad de las excusas. No hay guionista de comedia que pueda competir con la imaginación que despliega un político acorralado por su propio PowerPoint. Errata, confusión terminológica, exceso de entusiasmo,…, son las peregrinas explicaciones que nos van dando. Si algún día Netflix produce “Currículums: la serie”, tendrá que reservar varias temporadas solo para los spin-offs de estas explicaciones.
El verano de 2025 será recordado como el de la gran dieta académica de la clase política. Es como una operación bikini curricular, pero sin playa, y con la prensa apuntando desde todos los ángulos.
Los casos iniciales han generado un efecto dominó. Políticos de todo el espectro han corrido a revisar sus fichas oficiales, borrando másteres, retocando fechas y rebautizando masters de fin de semana como “formación complementaria”. La titulitis está en estado de alarma.
En medio de este vodevil, el analista Ignasi Guardans soltó la frase que bien podría quedar como epitafio de esta saga: “Son cajas huecas que empezaron su carrera poniendo sillas en un mitin”. La imagen es poderosa: el político que escaló por lealtad y, para cubrir su desnudez curricular, se vistió con diplomas ajenos. Cuando le arrancan la tela, queda lo que había al principio… un currículum que cabe en una tarjeta de visita y aún sobra espacio para un dibujito.
Quizá el verdadero misterio de los currículums menguantes no sea quién mintió primero, sino por qué todos siguen creyendo que la mentira no se nota.
En la penumbra de la política, el currículum es como un espejo de feria: unos te hacen más alto, otros más delgado, y algunos te devuelven la imagen que desearías tener. El problema es que, cuando el espejo se rompe, la realidad aparece con toda su modestia: el curso de protocolo de dos horas, el seminario de liderazgo que duró menos que una sesión de control y el máster que nunca pasó del formulario de inscripción. Ahí empieza el espectáculo de la “revisión biográfica”, un género teatral en el que la escena final es siempre la misma: una página web actualizada a las tres de la madrugada y un comunicado que habla de “un error involuntario”.
Quizá, en el futuro, tengamos políticos que presuman de no tener títulos, como si la ausencia de estudios fuera prueba de autenticidad. Hasta entonces, seguiremos asistiendo a este striptease académico donde cada revelación deja menos tela que la anterior.