El perdón, según la Real Academia Española, es la “remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente”. Aunque parece una definición simple, se complica al aplicarla a eventos de hace más de cinco siglos, como la conquista de México por los españoles en el siglo XVI.
En los últimos años, ha resurgido la idea de que España debería pedir disculpas por la Conquista. Tanto el expresidente mexicano López Obrador como su sucesora Claudia Sheinbaum han liderado esta exigencia, afirmando que la colonización causó un daño irreparable a los pueblos indígenas, y que una disculpa oficial ayudaría a cerrar esas heridas.
Vale, la pregunta es: ¿a quién pedir disculpas y por qué?, ¿es relevante cuando quienes exigen el perdón y quienes deberían otorgarlo no estuvieron involucrados en los eventos de hace más de 500 años? ¿es válido proyectar las demandas y valores actuales sobre hechos ocurridos en un contexto completamente diferente?
La historia es compleja. Si España debe disculparse por la Conquista, podríamos abrir una cadena interminable de disculpas: ¿deberíamos pedir perdón a los musulmanes por la Reconquista? o ¿los musulmanes deberían disculparse por la invasión del reino visigodo, quienes a su vez tendrían que hacerlo por la descomposición del Imperio Romano? Y así podríamos seguir, hasta llegar al momento de exigir que Eva se disculpe con Adán.
Antes de la llegada de Hernán Cortés en 1519, el Imperio Azteca no era exactamente una balsa de aceite. Los mexicas habían dominado gran parte de Mesoamérica, imponiendo tributos, esclavizando pueblos y realizando sacrificios humanos. Su poder se mantenía gracias a la Triple Alianza entre Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan, que les permitió extender su control a través de la guerra y la imposición del miedo. De hecho, muchos de los pueblos sometidos por los aztecas, como los tlaxcaltecas y los totonacas, se aliaron con Cortés para derrocar a los mexicas. A pesar de la idea de que la llegada de los españoles fue el único factor en la caída del Imperio Azteca, lo cierto es que el territorio ya estaba en un estado constante de conflicto, dominado por una compleja red de alianzas y enemistades entre distintos pueblos indígenas. Si España debe disculparse por la Conquista, ¿deberían los aztecas pedir perdón a los pueblos que subyugaron?
Sobre esta imposición de valores actuales sobre eventos históricos, algún tarambana ha propuesto sustituir el Día de la Hispanidad (12 de octubre) por la conmemoración del 15M, el día en que el movimiento de los indignados llenó las plazas españolas en 2011. Según el susodicho, el 12 de octubre celebra el colonialismo y la opresión, y debería ser reemplazado por una fecha más en línea con los valores de justicia social y democracia. ¡Y olé!
Quien vea en la historia un relato simplista de opresores y oprimidos no entiende nada. El 12 de octubre representa, para muchos, la mezcla cultural. Cambiar la fecha por el 15M sería borrar de un plumazo el significado histórico de uno de los momentos más importantes en la creación de la identidad hispanoamericana.
Al final, la cuestión del perdón histórico se vuelve más una cuestión de postureo político que de justicia real. Si bien es importante reconocer los errores del pasado, exigir disculpas a generaciones que no participaron en los hechos, sobre otras que tampoco los padecieron, se convierte en una entelequia: un concepto vacío que no resuelve nada.
La interpretación del pasado no debe ser ahistórica. Analizar los eventos históricos requiere situarlos en el contexto de su tiempo, entendiendo que las normas, valores y motivaciones de las sociedades pasadas eran muy diferentes a las nuestras. Tratar de aplicar las sensibilidades modernas a eventos como la conquista de México o la fundación del Virreinato de Nueva España es, en última instancia, una simplificación que ignora la complejidad de la historia.
En lugar de repartir disculpas como si estuviéramos pagando deudas con la tarjeta de crédito histórica, quizás sería más útil aprender de aquellos hechos, reflexionar sobre sus lecciones y evitar que los errores se repitan. Porque si seguimos este juego de “quién pide perdón a quién”, terminaremos exigiendo que Eva se disculpe con Adán por lo de la manzana, y Adán con el resto por haberse dejado llevar.
La historia no es una pizza a la que cambiar los ingredientes cuando te cansas del pepperoni.