La Operación Thunderbolt, también conocida como Operación Entebbe, es uno de los rescates militares más atrevidos de la historia moderna. En la madrugada del 4 de julio de 1976, comandos israelíes ejecutaron una arriesgada misión para liberar a rehenes secuestrados en el aeropuerto de Entebbe, Uganda, en un asalto que culminó con éxito.
El secuestro del vuelo 139 de Air France es uno de los sucesos más tensos de la década de 1970. A bordo iban 248 pasajeros y 12 tripulantes. Ocurrió el 27 de junio de 1976, cuando un vuelo que cubría la ruta entre Tel Aviv y París, con escala en Atenas, fue secuestrado poco después de despegar de la capital griega. Los secuestradores eran miembros de dos grupos: dos palestinos pertenecientes al Frente Popular para la Liberación de Palestina–Operaciones Externas (FPLP-EO) y dos alemanes, Wilfried Böse y Brigitte Kuhlmann, miembros de las Células Revolucionarias Alemanas, organización de extrema izquierda dedicada a la lucha revolucionaria y antisistema, con conexiones directas con los movimientos palestinos radicales.
En aquellos días el personal del aeropuerto de Atenas estaba en huelga, por lo que posiblemente los controles de seguridad fueran más relajados y permitieran a los terroristas introducir sus armas en el avión.
El secuestro fue planeado por el Frente Popular para la Liberación de Palestina, bajo la dirección de Wadi Haddad, un conocido terrorista que ya había orquestado otros ataques internacionales. Su intención era utilizar a los rehenes como moneda de cambio para forzar la liberación de varios prisioneros palestinos y sus aliados, quienes se encontraban encarcelados en diferentes países, especialmente en Israel. En total, los secuestradores exigían la liberación de 53 presos, 40 de ellos detenidos en prisiones israelíes y otros 13 en cárceles en países como Francia, Suiza, Alemania y Kenia, además de un pago de 5 millones de dólares por liberar el avión. Entre los prisioneros exigidos también había militantes de grupos terroristas europeos como la Banda Baader-Meinhof (de cuya escisión nacen las Células Revolucionarias). Se dio un plazo, hasta el 1 de julio, para que se cumplieran sus exigencias o ejecutarían a los rehenes.
El secuestro fue una demostración de las tácticas utilizadas por estos grupos en la década de 1970, un período en el que los secuestros de aviones se convirtieron en una herramienta habitual para los movimientos terroristas. El vuelo 139 fue secuestrado poco después de despegar de Atenas, y los secuestradores tomaron el control del avión a las 12:30 horas, armados y con un plan muy claro: desviar el vuelo hacia África, donde podrían recibir el apoyo de sus aliados.
Tras el secuestro, el avión fue redirigido primero a Benghazi, en la Libia pro-palestina de Gaddafi, una parada clave para reabastecer combustible. Allí, una de las rehenes, Patricia Martell, dice estar embarazada y teme por la vida de su bebé. Fue liberada en un aparente gesto de buena fe por parte de los secuestradores. Y es, de inmediato, trasladada a Londres. Israel envía allí a un agente para entrevistarse con ella y obtener información de primera mano. Los terroristas, con este movimiento táctico, ganaban tiempo y, al mismo tiempo, creaban una falsa impresión de que podían ser razonables si se cumplían algunas de sus demandas. Tras permanecer en Benghazi durante siete horas, el avión despegó nuevamente y llegó al aeropuerto de Entebbe, en Uganda, el 28 de junio a las 15:15 horas. Allí se unirían otros terroristas a la acción.
La elección de Entebbe como destino no parece casual. Uganda, bajo el liderazgo del dictador Idi Amin, tenía estrechos lazos con los movimientos pro-palestinos, y Amin ofreció abiertamente su apoyo a los secuestradores. El régimen de Amin, que pocos años antes fue colaborador y aliado de Israel, en ese momento se enfrentaba una creciente presión internacional por su brutalidad, por lo que veía en el secuestro una oportunidad para ganar protagonismo en la escena internacional. Amin se ofreció a actuar como mediador, aunque en realidad su papel fue de claro colaborador con los terroristas. Los secuestradores contaban con la presencia de tropas ugandesas para proteger el perímetro del aeropuerto y garantizar que no hubiera interferencias durante la negociación.
El aeropuerto de Entebbe se convirtió en un campo de prisioneros improvisado. Los secuestradores no solo tomaron el control de la terminal, sino que también separaron a los pasajeros en dos grupos: los rehenes judíos y aquellos de origen israelí por un lado y el resto de los pasajeros no judíos por otro. Este acto de segregación racial e ideológica evocaba las sombrías imágenes del Holocausto, lo que aumentó la tensión política y emocional en Israel.
Las demandas de los secuestradores eran claras: si no se liberaba a los prisioneros antes del 1 de julio, comenzarían a ejecutar a los rehenes. Los secuestradores daban un plazo de 72 horas, lo que generó una creciente presión en el gobierno israelí para tomar una decisión rápida. La situación se volvió aún más complicada cuando varios gobiernos europeos, entre ellos Francia, Suiza y Alemania, se vieron involucrados en las negociaciones debido a la demanda de liberación de prisioneros bajo su custodia.
La respuesta de Israel era compleja. El gobierno del primer ministro Yitzhak Rabin, conocido por su política de no negociar con terroristas, comenzó inicialmente a negociar de manera indirecta para ganar tiempo mientras se evaluaba una posible solución militar. Sin embargo, dentro del gobierno israelí, se produjeron intensos debates entre Rabin y su ministro de Defensa, Shimon Peres, sobre cuál era la mejor manera de proceder. Mientras Rabin consideraba la opción de una negociación para salvar vidas, Peres defendía una operación militar como la única forma de garantizar la seguridad de los rehenes y no ceder ante el chantaje terrorista.
El 30 de junio los esfuerzos diplomáticos consiguieron que 48 rehenes no israelíes fueran liberados y trasladados a Paris. El 1 de julio el gobierno de Israel anuncia que negociaría. Consiguen una ampliación del plazo hasta el 4 de julio, y que otro amplio grupo de pasajeros no judíos y aquellos que no tenían apellidos hebreos fueran liberados, en un aparente intento de facilitar las negociaciones, lo que dejó a 106 rehenes en manos de los secuestradores. El comandante del avión, Michel Bacos, un francés que tuvo la oportunidad de ser liberado junto con otros pasajeros no judíos, tomó la decisión de negarse a abandonar a los rehenes israelíes. Decisión secundada por toda la tripulación. Este acto fue ampliamente reconocido tras la operación, y Bacos se convirtió en un símbolo de coraje y resistencia moral frente a las presiones del terrorismo.
Pero el dilema seguía siendo inmenso: los rehenes estaban a más de 3800 kilómetros de Israel, en un país hostil controlado por un dictador impredecible. Las opciones parecían limitadas, y cualquier acción militar conllevaba un riesgo altísimo. Las negociaciones iniciales entre Israel y los secuestradores fueron facilitadas por intermediarios europeos y diplomáticos franceses, pero no se vislumbraba una resolución rápida. Los secuestradores eran muy firmes en sus demandas y las probabilidades de una resolución pacífica disminuían con cada día que pasaba.
A medida que la situación se prolongaba, la presión internacional sobre Israel y los gobiernos europeos involucrados aumentaba. La comunidad internacional temía una escalada de violencia si los terroristas comenzaban a cumplir su amenaza de ejecutar a los rehenes. Los medios de comunicación de todo el mundo seguían de cerca el desarrollo de los acontecimientos, lo que aumentaba la presión política sobre los gobiernos para actuar.
El secuestro también tuvo implicaciones para las organizaciones internacionales y las Naciones Unidas. Las medidas de seguridad aeroportuaria y la respuesta a los secuestros de aviones se convirtieron en temas de debate mundial. El episodio de Entebbe subrayó la vulnerabilidad de las rutas aéreas internacionales ante el terrorismo y la necesidad de establecer protocolos internacionales más estrictos para proteger a los pasajeros.
A medida que el plazo del 1 de julio se acercaba, la opción militar se volvía cada vez más atractiva para Israel. Con las negociaciones estancadas y la creciente probabilidad de que los terroristas cumplieran sus amenazas, Shimon Peres y los altos mandos militares comenzaron a diseñar lo que sería una de las operaciones de rescate más audaces de la historia moderna.
Diplomacia y planificación.
Recapitulemos: en un principio, Israel, conocido por su firme política de no negociar con terroristas, se encontró en una situación delicada. El gobierno israelí, liderado por el primer ministro Yitzhak Rabin, comenzó conversaciones diplomáticas con los secuestradores para ganar tiempo, mientras que el ministro de Defensa, Shimon Peres, y los altos mandos militares presionaban para una solución militar. Rabin era consciente de los riesgos asociados a una operación militar tan lejana y, aunque consideró una negociación como una opción viable, Peres argumentaba que las demandas de los terroristas nunca se cumplirían plenamente y que la vida de los rehenes seguiría en peligro, aun si se aceptaban las condiciones impuestas.
Además, la situación estaba preñada de presiones diplomáticas internacionales. Mientras varios países europeos se mantenían en alerta, Francia, que tenía un interés directo debido a la nacionalidad de los pilotos y el origen del vuelo, ofreció algún apoyo logístico a Israel y mantuvo conversaciones con los secuestradores. Sin embargo, a medida que los días pasaban, el tiempo se agotaba y se temía que los secuestradores llevaran a cabo sus amenazas.
También existía una gran inquietud respecto al papel que desempeñaba el dictador ugandés Idi Amin, quien pretendía presentarse como mediador pero en realidad estaba apoyando a los secuestradores. Los informes de inteligencia israelíes revelaron que Amin, lejos de ser un mediador neutral, estaba colaborando activamente con los terroristas. Las sospechas sobre sus verdaderas intenciones se confirmaron cuando Amin posteriormente exigió compensaciones económicas a Israel por el uso del aeropuerto.
La liberación de todos los prisioneros no judíos, no israelitas, puso mayor presión en el Estado de Israel. Pero por otro supuso una ventaja que Israel explotaría, puesto que los liberados eran una riquísima fuente de información que sería recopilada y de la que se extraerían datos muy relevantes para la operación de rescate que se estaba diseñando. Así que mientras se negociaba en los primeros días de julio, los servicios de inteligencia israelíes, liderados por el Mossad, recogían información clave a través de entrevistas a los pasajeros liberados. Esta liberación de rehenes se reveló como un formidable error táctico de los terroristas. Se obtuvieron detalles fundamentales sobre la ubicación de los terroristas y las condiciones dentro de la terminal del aeropuerto de Entebbe. Muy importante fue conocer que, a diario, en torno a las doce de la noche, todos los secuestrados eran obligados acostarse, a tumbarse sobre sus colchones o jergones, mientras que algunos de los terroristas hacían guardia.
También se obtuvieron los planos de la terminal gracias a un contratista israelí que había trabajado en la construcción del aeropuerto.
La planificación militar: Operación Thunderbolt
La planificación de la Operación Thunderbolt es un testimonio de la capacidad de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) para llevar a cabo operaciones militares de precisión en situaciones extremadamente difíciles y bajo una enorme presión. La operación se diseñó para resolver la situación en un país distante, con recursos logísticos limitados y en un entorno hostil.
Cuando el avión secuestrado aterrizó en Entebbe, Uganda, y los secuestradores emitieron sus demandas, las autoridades israelíes comenzaron a considerar diferentes opciones. Las negociaciones inicialmente parecían ser la única vía para ganar tiempo, mientras que los expertos militares evaluaban la viabilidad de una intervención militar. Las demandas de los secuestradores exigían la liberación de 53 prisioneros palestinos, una situación que Israel había enfrentado anteriormente con otros secuestros, pero siempre había mantenido su política de no negociar con terroristas.
A medida que se acercaba el plazo del 1 de julio parecía que los secuestradores no harían concesiones. La presión aumentaba y el riesgo de que los terroristas comenzaran a ejecutar rehenes obligó a Israel a considerar seriamente una misión de rescate.
Uno de los factores más importantes para el éxito de la Operación Thunderbolt fue la inteligencia detallada que Israel pudo reunir durante los primeros días del secuestro. El Mossad jugó un papel central en la inteligencia para la planificación de la operación. Utilizaron la información de los pasajeros liberados en París, quienes proporcionaron importantes detalles sobre el estado de los rehenes y la disposición física de la terminal del aeropuerto de Entebbe. Además, como ya se ha comentado, se tuvo acceso a los planos del aeropuerto, lo que permitió a los planificadores militares tener una comprensión clara del terreno y de la posible ubicación de los secuestradores.
Uno de los pasajeros liberados por error en París proporcionó una descripción detallada de la ubicación exacta de los rehenes dentro de la terminal y la rutina diaria de los secuestradores. Este nivel de detalle permitió a los planificadores de la operación ensayar y perfeccionar su estrategia. Incluso se obtuvo una fotografía del aeropuerto, lo que permitió al equipo de operaciones planificar las rutas exactas de acceso a la terminal y determinar los puntos de entrada más vulnerables.
A partir de esta información, las fuerzas israelíes construyeron una réplica del aeropuerto de Entebbe en Israel y realizaron ensayos para practicar el asalto. Los ensayos incluían todos los aspectos del rescate: desde el desembarco de las tropas hasta la entrada en la terminal y la evacuación de los rehenes. El entrenamiento intensivo y la precisión militar se convirtieron en los pilares sobre los cuales se basó toda la operación.
Uno de los mayores desafíos logísticos de la Operación Thunderbolt era la distancia: el aeropuerto de Entebbe estaba a más de 3800 kilómetros de Israel, lo que presentaba una serie de dificultades logísticas para la operación. Para poder llevar a cabo un asalto de estas dimensiones, era necesario transportar a más de 100 comandos israelíes y su equipo a una ubicación en África, manteniendo el elemento sorpresa y evitando la detección por los sistemas de defensa aérea enemigos (Egipto, Arabia o Sudán).
La planificación detallada del transporte fue clave para el éxito. Se decidió utilizar aviones Hércules C-130 para transportar a las tropas, vehículos y suministros. Estos aviones son conocidos por su capacidad para operar en pistas cortas y sin preparar, lo que los hacía ideales para el aterrizaje en el aeropuerto de Entebbe, donde las condiciones eran inciertas. Además, siguiendo rutas distintas, se integraron dos Boeing 707 a la operación, uno como puesto de mando aéreo y el otro como hospital aerotransportado. En su trayecto hacia Uganda los Hércules C-130 tendrían que sobrevolar toda la línea del Mar Rojo, unos 1400 kilómetros, a muy baja altitud (30 metros sobre la superficie) para evitar ser detectados por los radares sauditas, egipcios y sudaneses, atravesando el espacio aéreo de varios países hostiles a Israel sin alertar a sus sistemas de defensa: un vuelo realmente peligroso.
Los cuatro aviones Hércules C-130 despegaron de Israel con diferentes objetivos:
- el primero de ellos llevaría al equipo de asalto principal, compuesto por las fuerzas élite de la Sayeret Matkal (especializada en misiones de rescate).
- otro llevaría a soldados de apoyo de la Sayeret Golani, que se encargaría de controlar el perímetro y frenar a las fuerzas ugandesas, además de ayudar a la destrucción de los aviones MiG, de fabricación soviética, que se encontraban en una base aérea a escasos 500 metros del aeropuerto.
- el tercer C-130 llevaba a miembros de la Sayeret Tzanhanim, unidad de reconocimiento paracaidista, que fue desplegada para asegurar el aeropuerto. Además de cumplir esa función de seguridad, aportaba logística durante la evacuación y colaboraba también en la destrucción de los MiG.
- el cuarto estaba destinado a la evacuación de los rehenes.
Cada avión tenía un papel específico y los tiempos de aterrizaje y despliegue de tropas se cronometraron al segundo para maximizar el factor sorpresa.
Además, los comandos llevarían consigo Land Rover y un Mercedes negro que pretendían hacer pasar como parte del convoy presidencial de Idi Amin. El objetivo era usar estos vehículos para acercarse sigilosamente a la terminal y confundir a los soldados ugandeses que patrullaban el aeropuerto, lo que les permitiría ganar tiempo y acercarse a los secuestradores sin despertar sospechas. La simulación de esta parte de la operación fue ensayada para perfeccionarla, aunque finalmente las cosas no saldrían exactamente como se había planeado.
La preparación de los comandos israelíes fue rigurosa y detallada. Para asegurar el éxito de la operación, se construyó una réplica de la terminal de Entebbe en Israel, lo que permitió que los soldados ensayaran cada movimiento con precisión. El equipo de asalto practicó la entrada a la terminal, la neutralización de los secuestradores y la evacuación de los rehenes en múltiples ocasiones, lo que les permitió familiarizarse con la disposición exacta del edificio y los movimientos tácticos necesarios para llevar a cabo la misión sin fallos.
Además de los ensayos en tierra, el personal encargado del transporte y la logística también realizó simulaciones del vuelo para poder ejecutar un aterrizaje rápido y preciso en condiciones desconocidas. La coordinación entre las diferentes unidades y las repetidas simulaciones y ejercicios de entrenamiento ayudaban a minimizar el riesgo.
El cronograma de la operación también se calculó perfectamente. Desde el momento en que el primer Hércules tocara tierra hasta la evacuación de los rehenes se estimaba que la operación no duraría más de una hora. Cualquier retraso podría poner en peligro la vida de los rehenes y de las tropas israelíes. Este nivel de precisión y preparación es lo que permitió que la operación fuera un éxito, a pesar de los imprevistos que surgieron durante el asalto.
Un elemento crítico en la planificación logística de la Operación Thunderbolt fue la necesidad de contar con apoyo logístico externo, ya que que muchos países en la región eran hostiles hacia Israel. Kenia jugó un importante papel al permitir que los aviones israelíes hicieran una parada técnica en Nairobi para reabastecerse de combustible antes de regresar a Israel con los rehenes. La colaboración entre Israel y Kenia fue mantenida en secreto para evitar represalias por parte de los aliados de Idi Amin y solo se hizo pública después del éxito de la operación.
Este apoyo logístico fue vital, ya que permitió que los aviones israelíes volvieran con seguridad a Israel después de la operación. A cambio de esta cooperación, Kenia sufrió represalias brutales por parte de Idi Amin, quien ordenó la ejecución de cientos de ciudadanos kenianos que vivían en Uganda como venganza por el apoyo brindado a Israel.
Tras varios días de deliberación y preparación, la decisión de llevar a cabo la operación militar fue finalmente tomada el 3 de julio de 1976, con los aviones ya en vuelo. A pesar de los riesgos, Yitzhak Rabin dio luz verde a la operación, en gran parte debido a la presión de Shimon Peres y los altos mandos militares. A medida que el plazo para las ejecuciones de rehenes se acercaba, Israel no podía arriesgarse a una masacre y la única opción viable era un rescate militar. El éxito de la operación dependía de la coordinación perfecta de las fuerzas israelíes. El equipo de Sayeret Matkal sería la fuerza principal de ataque, apoyada por otras unidades de reconocimiento y paracaidistas. Como hemos vistos el equipo de la operación fue dividido en grupos específicos con responsabilidades claras, asegurando que cada soldado supiera su papel exacto en el asalto a la terminal de Entebbe. Los pilotos de los aviones Hércules C-130 eran experimentados y habían sido seleccionados específicamente por su capacidad para manejar vuelos arriesgados, como el que estaba previsto.
La Operación Thunderbolt estaba en marcha.
El asalto
El asalto comenzó el 3 de julio de 1976, cuando los cuatro aviones Hércules C-130 aterrizaron en la pista de Entebbe poco antes de la medianoche. El primer avión transportaba al equipo de asalto, liderado por Yonatan Netanyahu (hermano de Benjamin Netanyahu, actual Primer Ministro de Israel), con la misión de neutralizar a los secuestradores y liberar a los rehenes. Para lograr la sorpresa, los comandos israelíes bajaron del avión a bordo de un Mercedes negro y dos Land Rover camuflados como parte del convoy presidencial de Idi Amin. Sin embargo, un guardia ugandés sospechó del convoy, dio el alto pero fue abatido por las fuerzas israelíes, lo que alertó a los terroristas y a los soldados ugandeses en la terminal.
A pesar de haber perdido el elemento sorpresa inicial, los comandos avanzaron rápidamente hacia la terminal, dividiéndose en grupos para asegurar las entradas. En cuestión de minutos, los israelíes lograron neutralizar a los terroristas dentro de la terminal, matando a todos los secuestradores. El asalto fue extremadamente rápido: en menos de tres minutos, los comandos israelíes habían asegurado la terminal y liberado a los rehenes.
Tres rehenes (Jean Jacques Maimoni, Pasco Cohen e Ida Borochovitch) murieron durante el asalto: uno de ellos fue confundido con un terrorista y abatido por las fuerzas israelíes en la confusión del tiroteo. Mientras tanto, el Teniente Coronel Yonatan Netanyahu fue alcanzado por disparos, convirtiéndose en el único soldado israelí que perdió la vida durante la misión.
El resto de los comandos israelíes lograron neutralizar a los soldados ugandeses que intentaron resistir el asalto. Además, destruyeron 11 aviones MiG para evitar una posible represalia o persecución aérea tras la evacuación. En total, los siete terroristas y más de 40 soldados ugandeses murieron durante el enfrentamiento, mientras que las bajas israelíes fueron mínimas, con solo cinco soldados heridos y el fallecido Netanyahu.
Los comandos evacuaron a los rehenes hacia los aviones Hércules, y en menos de una hora desde el aterrizaje, los aviones despegaban rumbo a Nairobi, Kenia, donde los heridos fueron atendidos antes de regresar a Israel.
El papel de Idi Amin
El dictador ugandés Idi Amin desempeñó un papel ambiguo al comienzo y siempre oportunista durante la crisis. Aunque inicialmente se presentó como mediador entre los secuestradores y los gobiernos involucrados, su apoyo a los terroristas era evidente. Amin permitió que el aeropuerto de Entebbe se utilizara como base para los secuestradores. Además, y como dijimos anteriormente intentó aprovecharse de la situación para exigir compensaciones financieras de Israel.
El éxito de la operación fue una humillación pública para Amin, quien se había presentado a nivel internacional como un hombre fuerte y un líder influyente en África. Tras el rescate, Amin tomó represalias brutales. El ejemplo más conocido fue la ejecución de Dora Bloch, una rehén anciana que había sido hospitalizada en Kampala y no fue rescatada durante la operación. Amin ordenó su asesinato en venganza por la intervención israelí. Además, miles de ciudadanos kenianos que vivían en Uganda fueron brutalmente asesinados como represalia, ya que Kenia había permitido que los aviones israelíes hicieran escala en Nairobi para reabastecerse de combustible.
Las consecuencias para Uganda fueron inmediatas. Amin se encontró cada vez más aislado en el escenario internacional y su régimen perdía la legitimidad otorgada por organismos internacionales a medida que sus actos de brutalidad aumentaban. Sin embargo, dentro de Uganda, continuó gobernando con mano de hierro hasta que fue derrocado en 1979.
Repercusiones
La Operación Thunderbolt no solo consolidó la reputación de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) como una de las fuerzas militares más eficientes y formidables del mundo, sino que también envió un mensaje claro de que Israel no toleraría actos de terrorismo en su contra en ninguna parte del mundo. La misión fortaleció en otros países la idea de adoptar tácticas más proactivas en la lucha contra el terrorismo y la operación misma se convirtió en un modelo de intervención rápida y decisiva para situaciones de rehenes en todo el mundo. La Operación Thunderbolt es un hito en la historia militar, no solo por el éxito de su ejecución, sino también por las implicaciones políticas y estratégicas que tuvo.
Sin embargo, las repercusiones no fueron exclusivamente positivas. La condena de Uganda en las Naciones Unidas junto con la brutalidad de las represalias de Idi Amin dejó un sabor amargo en la comunidad internacional. Amin intentó utilizar estos actos para justificar su posición de víctima ante la intervención extranjera, pero su régimen quedó aún más aislado tras el incidente. La operación también tuvo un efecto indirecto en la política regional de África Oriental, donde algunos países temían la expansión de conflictos similares en la región.
A pesar de las críticas y el riesgo que la operación conllevaba, Israel fue ampliamente elogiado por naciones occidentales. La operación marcó un antes y un después en la forma en que los países abordaban los secuestros y el terrorismo transnacional.
En Israel, la Operación fue recibida con una ola de euforia y orgullo. La capacidad de las Fuerzas de Defensa de Israel para rescatar a los rehenes sin ceder a las demandas terroristas fue vista como una gran victoria contra el terrorismo y un recordatorio de la fortaleza y la determinación del joven Estado israelí. Las imágenes de los rehenes liberados llegando a Israel fueron transmitidas por todo el país y se convirtieron en símbolos de esperanza y victoria. Sin embargo, el precio del éxito no fue ignorado: la muerte del Teniente Coronel Yonatan Netanyahu aún hoy tiene eco en la sociedad israelí. Fue convertido en una figura mítica en Israel. Su liderazgo y valentía en la operación fueron ampliamente elogiados. La operación de rescate fue renombrada Operación Yonatan en su honor y su vida se ha inmortalizado en libros, documentales y películas.
Más allá de su impacto inmediato, la esta operación sentó un precedente en las tácticas de rescate de rehenes a nivel mundial. Fue un punto de inflexión en la lucha contra el terrorismo, y muchas naciones comenzaron a estudiar y adoptar las estrategias utilizadas por las fuerzas israelíes en Entebbe. La importancia de la inteligencia precisa y la capacidad de ejecutar una operación militar a larga distancia bajo condiciones extremas fueron lecciones clave que otros países incorporaron en sus políticas antiterroristas. El uso de información de inteligencia, como los planos del aeropuerto y las entrevistas con los pasajeros liberados, fue fundamental para el éxito de la operación. La planificación meticulosa y los ensayos repetidos del asalto aseguraban que, a pesar de posibles imprevistos, las fuerzas israelíes pudieran adaptarse rápidamente y completar la misión con éxito.
La operación también marcó un cambio en la forma en que los gobiernos veían las negociaciones con terroristas. Aunque las negociaciones siguen siendo una herramienta esencial en muchas situaciones de rehenes, Entebbe demostró que, en algunos casos, una operación militar directa podría ser la única solución efectiva para salvar vidas sin comprometer la seguridad nacional.
La operación también influyó en la cooperación internacional en la lucha contra el terrorismo. Israel recibió asistencia logística de Kenia, lo que subrayaba la importancia de la colaboración entre naciones en situaciones críticas. A pesar de las represalias brutales de Amin contra los kenianos, la cooperación entre Israel y Kenia fue vista como un ejemplo de cómo las naciones pueden trabajar juntas para enfrentar el terrorismo internacional.
Por todo ello, y a más de cuatro décadas de su realización, la Operación Thunderbolt sigue siendo un ejemplo difícil de superar de planificación precisa y ejecución impecable.