Últimamente estoy teniendo algún pequeño altercado por llamar pan al pan, y al vino, sin más, vino. Me corrigen frecuentemente con aquello de que suena muy fuerte si lo digo a mi manera: pan y vino. Lo más llamativo del caso es que quienes se ofenden suelen ser gentes que presumen de una inteligencia exuberante, que dicen comprender y compartir un “pan horneado con semillas de sésamo” pero sentirse agredidos por mi modesto bollo.
Este epidémico hábito de decir las cosas para quitarles importancia, para que nadie pueda sentirse contrariado, para situarse en un plano moral superior, se está convirtiendo en el principal homicida del sentido común. Cada receptor de mensajes puede constituirse en un trasunto de agente de policía antidiscriminatoria.
Ya no discutimos sobre el fondo de las cosas, sino sobre la forma. Por tanto, resulta muy sencillo descalificar a alguien tachándolo de sexista, homófobo, racista o cualquier otra cosa, por la forma en que expresa sus opiniones, y más aún, si además se señalan los abusos que en nombre de cualquiera de esas –fobias o –ismos se cometen con abundante frecuencia. La hipertrofia de la susceptibilidad es alarmante. Y eso nos conduce a emplear el lenguaje de una forma preventiva, como si fuéramos políticos en plena campaña electoral.
Tras esto no hay sino una flacidez intelectual que tiene, la verdad, poco aprovechamiento, puesto que se basa en una pedagogía falaz y maniquea, que nos conduce a quedarnos con la cáscara y desperdiciar el fruto.
Ha triunfado, además, en nombre de una falsa tolerancia, la boba concepción de que no respetar una idea es no respetar a quien la sostiene. Sumemos a ello un uso aséptico del lenguaje y un cuasi místico espíritu gregario y ahí lo tenemos: si cada momento histórico construye individuos adaptables a la cultura dominante estamos frente a un triste horizonte.
La fundamentalista coerción intelectual a que se nos somete es una censura expresa. Todo esto, que se inscribe en lo que suele denominarse como “políticamente correcto” es una forma subrepticia de autoritarismo, es “fascismo blanco”.
En fin, la expresión “cogérsela con papel de fumar” remite inmediatamente a dos cosas que, como la verdad, están muy mal vistas: las pollas y el tabaco. Qué le vamos a hacer.