Hace tres décadas Polanski usó sexualmente, tras haberla drogado, a una niña de 13 años. Entonces aceptó su culpabilidad, pero aprovechó una salida tras más de un mes de internamiento y se fugó a Europa. Y lo han cogido ahora. Y claro, se organiza el cacao padre. Porque, Roman Polanski, no está solo a lo que parece. Más de 700 miembros de la casta de los artistas, entre ellos nuestros Almodóvar, Sabina y Penélope Cruz, “exigen” su liberación inmediata mediante un infecto manifiesto. Según los firmantes “es un caso de moralidad”. La Alianza Mundial del Cine ha declarado su apoyo al cineasta franco-polaco: “Detenerlo en vísperas de una presentación es imperdonable”. Ya se sabe, primero el comercio, después la justicia. Si es que es pa’ matarlos.
El director de cine intentó llegar a un acuerdo económico con su víctima a mediados de la década de los 90. Ignoro si se llegó a cerrar o no ese acuerdo. En su día también intentó llegar a un acuerdo con la Fiscalía, pero como salió corriendo como un valiente…
Que Polanski perdiera a su madre en Auschwitz, o que su mujer, Sharon Tate, fuera asesinada estando embarazada de ocho meses, o que sea un gran artista (que esto es discutible), o cualquier otra sandez como las que estos días se repiten en su favor es completamente irrelevante en la cuestión del abuso sexual a una menor.
Deberíamos habilitar una nueva figura jurídica: el crimen artístico. Ya hace un par de cientos de años un señor llamado Thomas de Quincey escribió una obrita titulada “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”, donde entre otras cosas decía que “si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le dará importancia a robar, del robo pasará a la bebida y a la inobservancia del domingo, y acabará por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente”. Viene esto a cuento de la jauría de titiriteros entusiastas de la libertad de los artistas, que no del arte, solo que prefieren comenzar con la violación de una niña de 13 años que con un asesinato, para seguramente terminar dejando las cosas para el día siguiente.