«Cósimo Piovasco de Rondó

Vivió en los árboles

Amó siempre la tierra

Subió al cielo.»

 

Un plato de caracoles enciende la chispa de la rebelión de un niño de 12 años, Cósimo Piovasco di Rondó. Esa pequeña rebelión le impulsará a subir a un árbol y posteriormente a juramentarse a no bajar jamás. Poco a poco, el motivo inicial se va olvidando a la vez que Cósimo, aun sin ser consciente de ello, se va fijando una idea que seguirá hasta el final. Y así, efectivamente, jamás bajó de los árboles, aunque contrariamente a lo que pudiera parecer jamás quedó aislado ni de su familia ni de la sociedad, de la que fue además miembro eminente.

Es Biaggio, hermano menor de Cósimo, quien se hace cargo de la narración. Y en ella nos cuenta que su familia es bastante anodina: nobleza sin gran fortuna, aristocracia sin cordialidad.

Si algo nos ofrece El barón rampante con gran riqueza y belleza es una reflexión profunda sobre la libertad personal y sobre la autodisciplina, y también una invitación a mirar las cosas de otro modo. Pero es asimismo ferozmente crítico con los rígidos convencionalismos sociales y con la religión. Es, en fin, un bellísimo ejercicio literario sobre el derecho a discrepar.

Cósimo, como Robinson Crusoe, va haciendo y aprendiendo todo lo que necesita para su vida y comodidad diarias. Y en ese hacer y aprender, y también observar, va surgiendo una curiosidad desmedida y una gran ansia por los libros, puesto que se siente más libre cuanto más culto es. Y todo, todo, lo hará allí, en los árboles. Y será allí, en sus copas, donde el montaraz Cósimo conocerá el sexo y el amor, el amor profundo que siente por Viola. Y será allí, entre las ramas, que tendrá trato con bandidos y emperadores. Y será allí, rodeado de hojas, que apagó fuegos y luchó con piratas y fue admirado por Voltaire.

El barón rampante se desarrolla entre el último tercio del siglo XVIII y el primero del XIX. Son los años del enciclopedismo y las luces, de la Revolución Francesa y del auge y caída del Imperio Napoleónico con la posterior restauración absolutista. Cósimo, integrante y espectador de muchos de los sucesos y movimientos de su tiempo, participó en ellos desde su arbórea discrepancia y al amparo de “unos ideales que no sabría” –dice- “explicarme siquiera a mí mismo…”.

Y Biaggio, cuando ya Cósimo no está, se acerca a él, como Sancho a Don Quijote, y busca en los libros, impelido por el recuerdo y el ejemplo de su hermano, observando como “lo que quería decir él no se presenta, es otra cosa lo que él pretendía, algo que lo abarcase todo, y no podía decirlo con palabras sino viviendo como vivió. Sólo siendo tan despiadadamente él mismo, como fue hasta su muerte, podía dar algo a todos los hombres”.

Posee esta novela una prosa rica, fluida y estimulante, incluso un cierto realismo mágico avant la lettre. Italo Calvino, con la alquimia de sus palabras, amalgama aquí fantasía, realidad y humor para contarnos el cuento trágico de una Europa que como la propia familia Rondó se descompone. Pero aún da más Calvino. Crea una preciosa alegoría sobre el valor que tiene ser uno mismo.

Italo Calvino

 

Fascinante novela, que coincide con -y también lo expresa en cierto modo- el fin de la militancia de Italo Calvino en el Partido Comunista Italiano a consecuencia de la actuación soviética en Hungría (1956). El barón rampante forma parte de la trilogía Nuestros antepasados, junto a El vizconde demediado (1952) y El caballero inexistente(1959).