Esta mañana, durante mi caminata matutina, en la que los pies suelen ir por un lado y la cabeza por otro, me ha dado por pensar en lo siguiente: resulta que en el último mes he abandonado un criterio que me ha acompañado durante toda mi vida. Me ha dado por darle vueltas a la relación entre el triángulo rectángulo y la salud. Y, ¿porqué el triángulo rectángulo? Pues, porque los demás pecan de ser demasiado agudos o abiertamente obtusos; como las personas, vaya.

En este tonto mundo, en el que vivimos dominados por dispositivos electrónicos, el triángulo lo es todo. Abandonemos aquel viejo principio del viejo Parménides de que el Ser es esférico. Hoy, si no has sido triangulado mediante tu celular, tu tablet, tu reloj, o tu marcapasos, No Eres, sencillamente.

A esto le iba yo dando vueltas esta mañana cuando, de pronto, me he dado cuenta de mi cambio de criterio. Resulta que yo he sido toda la vida un ferviente partidario de la hipotenusa, es decir, de un camino que ahorra recorrido entre dos puntos. Siempre he buscado el ahorro energético (sostenibilidad se llama ahora) para ir de un punto A a un punto B sin alargar el camino pasando por el punto C. En mi mundo hasta finales de junio lo ideal era incluso no moverme del punto A. Era parmenídeo en mis principios, puesto que el Ser, en su filosofía, es inmóvil. Todo esto tiene un nombre moderno y medicalizado: sedentarismo. Y parece que no le ha venido del todo bien a mis índices de colesterol y triglicéridos. De todo ello se puede deducir que un seguidor de Parménides es mucho más propenso a sufrir enfermedades coronarias que un seguidor de Heráclito, aunque también y en contrapartida, los heraclíteos tienen más altas probabilidades de sufrir accidentes de tránsito o morir en una pelea.

En fin, y para resumir, que ando buscando un nuevo marco filosófico en el que colocar mis cuitas, que voy huyendo de las hipotenusas como alma que lleva el diablo y caminando a ritmo marcial buscando catetos. ¡Y vaya si me los encuentro! Pero eso lo dejo para otro día.