Una pequeña joya de la literatura norteamericana. Bueno, no tan pequeña.
En la ciudad de Ithaca, a través de dos hermanos, Ulises, de 4 años, y Homero, de 14, somos testigos de algo extraordinario pero que probablemente habremos ya olvidado: el descubrimiento del mundo y el, a veces, terrible paso a la madurez.
La novela se desarrolla en 1942, en plena Guerra Mundial, en una pequeña ciudad norteamericana: Ithaca. La familia Macauley, cuyo cabeza de familia murió, sobrevive gracias a la paga de soldado de Marcos, el hijo mayor, reclutado por el ejército, y a Homero, eje sobre el que gira la novela, quien desde su trabajo como repartidor de telegramas, entra con dureza en el mundo de los adultos. Un trabajo que le obliga a ser heraldo de la muerte, pues a él le corresponde la trágica tarea de entregar a las familias los telegramas con que el Departamento de Guerra comunicaba las muertes de los hijos de Ithaca.
La curiosidad innata de Ulises navega por Ithaca inquiriendo y descubriendo a su paso todo, admirando y sintiéndose perplejo por las innumerables cosas y experiencias que Ithaca y sus gentes le proporcionan; el realismo radical del viejo telegrafista, la casi cándida bondad y generosidad del Jefe de la Oficina; el estoicismo de la Señora Macauley, el abigarrado mosaico de razas presente en Ithaca… todo queda dibujado con gran ternura, alejándose siempre del dramatismo que lo novelado aquí contiene. Ithaca es un personaje importante; la vida modesta en una modesta ciudad, cómo va esculpiendo el carácter de los chicos con pulso tan firme que más que permitir obliga a la autonomía moral y, precisamente por ello, Ithaca, ofrece esperanza a sus gentes: Ithaca es lo humano, Ithaca es la vida.
La comedia humana comparte el mismo latido de ¡Qué bello es vivir! -magnífico film de Frank Capra, de 1946-, un latido de optimismo y de nobleza. Movimientos de sístole y diástole de un corazón humano que sólo lo será en tanto que sienta pasión y compasión por sus semejantes. Comparte asimismo con Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962) una visión limpia, infantil, pero no por ello inmadura, de los sucesos narrados.
La sombra de la guerra está siempre presente en el relato; es como Marcos, un protagonista ausente, pero que determina el desarrollo de una historia que, aunque adornada con brillantes toques de humor, no deja de ser por ello un intenso drama sobre el sentido de la vida, pero contado mediante la metáfora de la trivial vida pueblerina, y vivido por los chicos como la gran aventura de lo cotidiano.
Escrita con abrumadora sencillez, La comedia humana, es una excelente novela costumbrista sobre el adiós a la inocencia y el aprendizaje del ser humano, impregnada en los sutiles aceites de la vitalidad y el optimismo.