Así llamó Cortázar a la esperanza. En España llevamos unos años oscilando como un cencerro entre la desesperación y el hastío. Si Zapatero fue el insulso líder de una política feérica, Rajoy lo es de otra constelada de drama y tragedia, puesto que don Mariano, como Pandora, cerró su ánfora antes de dejar salir a la esperanza. Sus últimas medidas lo demuestran como también demuestran que este Gobierno es refractario a una idea de democracia laica y no militarizada.
En los últimos años, entre ambos, Rajoy y Zapatero, han constituido el más destructor duunvirato de badulaques que hayan regido jamás los destinos del Estado. Y entre güelfos y gibelinos las alternativas no parecen mucho mejores, pues van desde el caudillismo unido, progresista y democrático a caleidoscópicos movimientos ciudadanos aspirantes a ser partidos políticos, aunque por el momento no parecen hacer mucho más que la función de coche-escoba de los grandes partidos. De las diversas marcas que la izquierda, desunida, comercializa en el país diré lo justo: nada.
En cualquier caso todos nos venden lo mismo, nos quieren volver a vender a esa que viste de verde, a la puta, usando la especulación, rellena de vileza, que se basa en el miedo a que vengan los otros. Pero ellos, perjuros, prevaricadores del lenguaje y proxenetas de la razón política, están a sus cosas; unos prometiendo que 2014 será el año de la recuperación y otros brindando por acabar con la “lacra insoportable” –palabras sin valor en sus belfos- del paro. Y aunque la cosa está más dura que el miembro de un adolescente al menos no parece que el mercado del langostino esté en riesgo de quiebra mientras los agentes sociales mayoritarios continúen esforzándose en liberarnos de las consecuencias del canalla asesinato del empleo decente.
Los ciudadanos, tras años de contemplar de lejos las ascuas de la cosa pública, vemos ahora cómo una acosada judicatura audita las sardinas de los gestores públicos. Y casi accidentalmente nos enteramos de la congelación del salario mínimo, que ha pasado prácticamente inadvertida pues las Españas únicamente se dedican estos días a combatir fieramente por los nasciturus. Está bien esto de acristianar fetos mientras cada vez más personas no tienen para poner un puchero a la lumbre de los ya nacidos.
A Rajoy, como en su día a Zapatero, le falta ponerse un chándal de La Roja y una gorra de béisbol para convertirse del todo en lo que parecen, de hecho, ser: egregios personajes de la trapisonda política española. Al resto, con similares características, los tenemos calentando en la banda.
Y mientras todo esto nos va sucediendo, la de verde, como el resto de las putas, ha sido expulsada de la polis.