Desde hace un tiempo cada vez que, incautamente, me asomo al mundo de los caralibro me veo sometido a condenas, normalmente no pronunciadas, de diverso tipo. Hoy puede ser una excepción.

Por ejemplo, soy de la opinión de que un animal no tiene, no puede tener, derechos en el mismo sentido que los tiene un ser humano. El calibre de tal barbaridad -que los animales tienen derechos “humanos”- es de tal porte que asusta pensar desde que extraño abismo intelectual se puede sostener. Cuando además este tipo de opiniones llevan como corolario regüeldos del tipo “pues al torero le tenían que clavar el estoque” le ayudan a uno a determinar con mayor justeza el significado del término “barbarie”.

También compruebo con gran tristeza que en el mundo político la división ha quedado prácticamente resuelta: o eres adepto o eres enemigo. Enemigo. No oponente. No adversario. E-ne-mi-go. Y depende de a qué iglesia pertenezca el beato de turno serás un “facha cabrón” o un “puto rojo”. Eso sí, todo ello envuelto en la falta de testiculina propia de quien sólo es capaz de atacar arropado por sus propias huestes. Así que entonces te dirán algo parecido a esto: “tú no, porque te conozco y sé que eres buen tío pero la gente que apoya a fulano o a mengano son una panda de hijos de…”, o “tú no, porque te conozco y sé que tu no-apoyo a nuestras ideas se basa en una independencia intelectual sólidamente trabajada, pero el resto de la gente que no nos apoya está, de hecho, combatiéndonos porque indirectamente ayuda al enemigo, y todos esos son unos hijos de…”.

Esto, además, se puede trasladar sin grandes desviaciones al mundo de la prensa. Si lees El País, El Mundo, ABC o similar, perteneces ipso facto al mundo de los que quieren que el sistema actual permanezca; si lees El Diario, Ecorepublicano, etc., entonces quieres cambiar el sistema. El hecho, al final, es que unos y otros medios se han convertido en hojas parroquiales para los suyos, y nada más, con lo cual, si te quieres informar tendrás que leer varios de estos brevísimos autos sacramentales y extraer tus propias conclusiones.

Estamos a punto de comenzar una nueva campaña electoral (es un decir, la campaña empezó el 21 de diciembre). El panorama que tenemos es desolador. Miro a un lado y a otro y verdaderamente no soy capaz de vislumbrar ninguna opción buena para lo que entiendo que se debe llevar adelante. Los partidos mejor situados para hacerse con el poder, siempre según las encuestas, son el PP y Unidos-Podemos. El PP es el apoyo del actual Presidente en funciones, que entiende que como tal no tiene porqué dar un paseo de vez en cuando al Parlamento para comparecer ante la Cámara, que creo recordar que en nuestro sistema representativo representa a la Nación. Ya sé que cualquier adepto popular defenderá que según el Reglamento de la blablabla… Es toda una foto fija (como el propio Presidente) de cómo se entiende la democracia en ese barrio. Su programa electoral, continuando con esa dirección tan clara, es: más de lo mismo.

Un hombre (con perdón), un voto.

Con Unidos-Podemos he de confesar que me hago la picha un lío, sobre todo desde que hace unos días su hiperlíder casi se proponía como nueva socialdemocracia. Mis redes neuronales se tensan como pezones de novicia cuando escucho esto y, simultáneamente, escucho de fondo la banda sonora, adaptada en este caso, que no es otra que la sístole y diástole del corazón de Julio Anguita. En este preciso instante, en la web de Podemos no hay Programa, en la de Izquierda Unida no he sido capaz de encontrarlo, y de Unidos-Podemos no existe página web.

Los líderes de PP y UP están separados no sólo por su ideología sino también por su forma de afrontar su propio liderazgo. El mutismo del primero contrasta con la locuacidad del segundo. Al primero es difícil cogerlo en una mentira porque nunca dice nada, y aún así lo hemos cogido en varias ocasiones. Al segundo es difícil cogerlo en una verdad, porque ésta, en su diatriba permanente, cambia de lugar cada diez días. Por ello, ambos líderes suponen la cara y la cruz de la política española, el inmovilismo para conservar su granero electoral y el movimiento permanente para ampliar sus silos (que recordaréis que son lugares que sirven para almacenar grano, pero también misiles).