Tiempo hace que no tenía un incidente doméstico. Hace media hora he tenido la bendita ocurrencia de afeitarme; bueno, iba a recortarme un poco el bigote, porque ya estamos en plena temporada de sopas, y también la barba, porque cada vez que me cruzo con un señor o señora mayor (mayor que yo, se entiende) me da 50 céntimos.

Pues eso, aquí va el tío, bien dispuesto a por su maquinilla que, dicho sea de paso, me ha costado trabajo encontrar. Arrancamos los motores y a pasearla por la jeta.

Primer error, por otra parte habitual, no he mirado el regulador. Ya tarde, lo miro.

Segundo error: nunca me acuerdo de que mi mirada es tan afinada como la de Rompetechos. Vale, voy a por las gafas.

Tercer error: con las gafas veo casi perfectamente cuando me las bajo un poco y miro por encima de la montura; fundamentalmente es debido a que no tengo la sana costumbre de limpiarlas (siempre lo hace alguien por mí). Vamos, que es como si viviera en ese Londres que retrataba aquella estupenda serie de Sherlock Holmes que protagonizó Peter Cushing. Con todo y con ello ya estaba metido en harina, así que como la cobardía no es mi principal característica –no puedo decir lo mismo de la inconsciencia- he seguido adelante. Total, que me he amputado las patillas y recortado, es un decir, el mostacho.

Por lo que he podido ver todo ha quedado como un fangal y me he dicho: esto lo adecento ahora con la Gillette y un poquito de Williams. Cuarto error: la Gillette la he encontrado a la primera, la Williams es harina de otro costal: no tengo. ¡Pardiez! Bueno, esto sería un grave problema para un metrosexual. No es mi caso. De inmediato ha venido a mi memoria Raoul Walsh, “Tambores lejanos” y Gary Cooper (que para no ser John Wayne no está mal). No tengo machete, ni cuchillo jamonero, pero sí la Gillete, y así, a pelo, y casi a ciegas he terminado de estropear eso que empecé con ilusión 30 minutos antes.

Me he quedado con maltrecho bigote y abundante perilla y al verme en mi londinense espejo me he acordado de alguien muy querido para mí, que hace como 40 años iba con similar aspecto y alguien le dijo: “doctor” –era médico- “la faltan a usted nada más que los cuernos para parecer una cabra”. A lo que el doctor respondió inmediatamente: “a ti sólo te falta la barba”. Puro talento.

Resumiendo, que me voy a ver “Tambores lejanos”: mañana domingo tengo que ir a comprar tiritas y el lunes iré a la peluquería.