Nader y Simin.
Una película inteligente; deudora de Hitchcock. Utiliza al menos dos elementos fundamentales del maestro británico: el McGuffin (en este caso el robo) así como una pequeña trampa para completar la narración (el atropello).
Elementos que engarzan toda la película son el amor y el deber. Al principio del filme se produce, ante el juez, este diálogo:
Simin: “¿Qué más da lo que hagas por tu padre? El ya no te reconoce.”
Nader: “Sí, el no sabe que yo soy su hijo. Pero yo si sé quién es mi padre”.
El nudo de la trama de la separación, el detonante de la historia, es la necesidad de huir de Simin frente a la necesidad de permanecer de Nader.
Se nos ofrece un fresco sobre la influencia de la tradición religiosa en la vida cotidiana, sobre la cortedad de un sistema judicial marcado también por la religión, sobre una sociedad en la que la mujer no puede ser independiente, sobre la lucha entre clases en el país; en definitiva, un certero mural sobre las tensiones sociales. Y lo maravilloso de esta película es que hace todo eso simplemente mostrándolo, de un modo descriptivo, pero sin tomar partido abiertamente por nada, sin mayores pretensiones; únicamente nos dice Farhadi: así es mi casa, mirad.
Nos presenta también, a través de la mirada de la hija, el complicado paso de la entrada en la adolescencia de una niña en el contexto que nos cuenta el filme. Si en una película occidental ese paso nos lo podrían haber mostrado con la presentación de “vuestra amiga, la menstruación”, aquí, mucho más descarnadamente, nos lo presentan como el hallazgo del mundo de los adultos, como el descubrimiento de la ambigüedad moral de los adultos. En ese aspecto, sólo ella está limpia. La escena en la cocina, cuando la niña le pregunta al padre “¿lo hiciste?” y el padre le cuenta la verdad, es por sí misma un tratado sobre el asunto.
A destacar el choque que supone las posiciones enfrentadas de los dos hombres, y a destacar asimismo el hecho de que durante el desarrollo de la trama vamos viendo que ambos mienten, que una mujer oculta información y que la otra, Simin, quiere solucionar “su” problema, sin tasar las consecuencias.
La película nos muestra, finalmente, a unos personajes que no son completamente buenos ni completamente malos; son humanos, y por tanto contradictorios, temerosos y orgullosos. Las interpretaciones son todas vibrantes, profundas, brillantes; el ritmo, acertado; la fotografía y sobre todo los movimientos de la cámara, que no parece que esté ahí, que no insiste en ningún aspecto, inciden poderosamente en ese fino sentido de la observación que nos traslada esta película.
“Nader y Simin, una separación” nos engancha, no por la intriga o los giros dramáticos, sino por la afinidad moral que llegamos a sentir con los personajes; nos llegamos a sentir cercanos a todos ellos, a sus razones y motivos. Finalmente, no seremos capaces de juzgarlos, de afirmar “la culpa es de…”. Hay un llamamiento intenso a la conciencia de los propios personajes que finalmente se traslada al espectador.
Uno de los grandes aciertos de la película es que nos muestra las contradicciones de la sociedad, de los individuos, de una forma sencilla, sin grandilocuencia, sin retórica. Asghar Farhadi condensa con brillantez los conflictos individuales y culturales desde una cercana intimidad y diseccionando los comportamientos. Es una historia de gente corriente que nos acerca con total naturalidad a un pueblo tan lejano como el iraní, mostrándonos, sencillamente, que a ambos nos son comunes el amor, el dolor, el respeto, la responsabilidad,…, emociones y sentimientos que compartimos y que definen lo que de humano tenemos los seres humanos.