La ontología como disciplina filosófica tiene raíces profundas en la antigüedad. Filósofos como Parménides, Platón y Aristóteles se han preguntado acerca de la naturaleza del ser. Parménides afirmaba que el ser es uno, inmutable y eterno, negando la posibilidad del cambio y la multiplicidad. Platón, por su parte, introdujo la teoría de las Ideas o Formas, proponiendo que existen realidades perfectas e inmutables más allá del mundo físico que percibimos. Aristóteles difería de su maestro y enfocó su ontología en el estudio de las sustancias y sus accidentes, sentando las bases para una comprensión más empírica del ser.
El término “ontología” proviene del griego “ontos” (ser) y “logos” (estudio o teoría). A lo largo de la historia, ha evolucionado y se ha adaptado a las corrientes filosóficas dominantes en cada época. Durante la Edad Media, filósofos como Tomás de Aquino fusionaron la ontología con la teología, mientras que, en la modernidad, pensadores como René Descartes o Martin Heidegger renovaron el interés en la ontología desde perspectivas racionalistas y existencialistas, respectivamente.
Dentro de la ontología se exploran preguntas fundamentales como: ¿qué es el ser?, ¿qué tipos de entidades existen?, ¿cómo se clasifican?, ¿cuál es la naturaleza de la realidad? Estas preguntas tratan de desenmarañar la estructura básica de todo lo que existe, más allá de las apariencias y de las percepciones individuales. En el ámbito de la filosofía, la ontología categoriza las entidades existentes bajo conceptos como sustancia, accidente, esencia y existencia. La sustancia, por ejemplo, es aquello que existe por sí mismo, como un ser humano o un árbol, mientras que los accidentes son las propiedades que dependen de una sustancia para existir, como el color o la forma de un objeto.
La ontología es una rama de la metafísica, aunque a veces se usan ambos términos de manera intercambiable. Mientras que la metafísica estudia la realidad en su totalidad, incluyendo cuestiones sobre el tiempo, el espacio y la causalidad, la ontología apunta específicamente a la naturaleza del ser y las categorías de la existencia.
Dentro de la ontología existen diversas corrientes que ofrecen diferentes perspectivas sobre la realidad. El realismo ontológico, por ejemplo, sostiene que existen entidades independientes de nuestra percepción. En cambio, el idealismo sugiere que la realidad está constituida principalmente por ideas o percepciones mentales.
Este campo filosófico no se limita, sin más, a la especulación abstracta. La ontología ha tenido impacto en otras disciplinas. Por ejemplo, en informática y Ciencias de la computación, se utiliza el término ontología para referirse a una representación formal de un conjunto de conceptos y las relaciones entre ellos dentro de un dominio específico. Esto facilita el modelado de datos y la interoperabilidad entre sistemas de información. En las ciencias sociales y la antropología, la ontología ayuda a comprender cómo diferentes culturas y sociedades construyen su realidad y qué entidades consideran que existen. Incluso en la psicología, los conceptos ontológicos se usan para explorar cómo la percepción del ser afecta el comportamiento humano.
La ontología fundamenta campos como la epistemología (el estudio del conocimiento), la ética o la lógica. Proporciona claridad conceptual y ayuda a definir elementos utilizados diversos ámbitos del conocimiento. Simultáneamente fomenta el pensamiento crítico ya que cuestiona nuestras ideas sobre lo que consideramos real o existente.
La ontología hoy sigue vigente, profundizando en cuestiones como el problema de los universales o el papel del lenguaje en la construcción de la realidad. Pero es que, además, el avance de las tecnologías (realidad virtual, Inteligencia Artificial) plantea nuevas preguntas sobre qué consideramos real y cómo definimos, por tanto, la existencia. La ontología tiene mucho que decir sobre estas nuevas formas de interacción con la realidad.
Y todo esto, ¿qué tiene que ver con nuestra vida cotidiana? Pues resulta que la ontología tiene implicaciones prácticas. Reflexionamos sobre nuestra identidad personal y ello influye en cómo nos percibimos a nosotros mismos y a los demás. Y afecta a nuestras decisiones éticas: al entender qué entidades consideramos existentes (por ejemplo, si reconocemos a los animales como seres sintientes), moldeamos nuestras actitudes y acciones morales sobre ellos.
De esto va la ontología. Ahora imagínate que te despiertas una mañana con una urgencia existencial, una de esas que ni el café ni la rutina diaria pueden calmar. Te miras al espejo y te preguntas, ¿quién soy realmente? Naturalmente, subirás una imagen a Instagram y un comentario “profundo” sobre esta cuita.
¿Estás sólo ante esto? Pues va a ser que no, no estás solo ante esta incógnita vital, porque comprobarás que rápidamente aparece un coach ontológico dispuesto a iluminar tu camino. Armado con un lenguaje enrevesado y un repertorio de preguntas que volverían chalado al mismísimo Sócrates, el coach ontológico demostrará no tener ninguna prisa en darte una sola respuesta clara. Porque, ¿para qué simplificar lo que puede ser perfectamente complicado?
Bienvenido al fascinante y resbaladizo mundo del coaching ontológico, donde la confusión es virtud y las respuestas más elusivas que la Wi-Fi en medio del campo. Es aquí donde el ser se mezcla con el hacer, donde las emociones se interpretan como clima interno y donde serás invitado a bailar con las posibilidades. Es, sin duda, un lugar que puede resultar interesante, …, aunque también es un lugar donde puedes sentir que estás pagando por estar más confundido que nunca.
Vamos a empezar por lo básico: ¿qué coño es esto del coaching ontológico? En teoría, se trata de una metodología que, a través del lenguaje, la introspección y una checklist de preguntas existenciales, pretende ayudar a transformarte y encontrar tu “ser auténtico”. Suena muy elegante, ¿verdad? Pero si alguna vez has perdido las llaves del coche cuando vas a salir de casa para ir al trabajo, ya sabes que a veces solo necesitas una respuesta clara, no una metáfora.
Porque los coaches ontológicos son maestros de la metáfora, Hacen de cualquier situación cotidiana una especie de poema existencial. Pídete un café con leche y te dirán que su espuma es una representación simbólica de tus sueños flotando en la conciencia. Si te sientes perdido en la conversación con tu coach ontológico, no te preocupes: es parte del viaje. Y en este viaje, hay paradas en la estación del “co-crear posibilidades” o la de “reencuadrar tu observador interno”.
Lo que más me fascina del coaching ontológico es su insistencia en que todo se puede resolver a través del lenguaje: las palabras no solo describen la realidad, sino que la crean.
Así que un día vas a tu sesión de coaching ontológico, él coach te mira con intensidad casi mística y, pausadamente, te pregunta: “¿Quién eres realmente?” Lo primero que piensas es: “Soy Ricardo, trabajo en una oficina y necesito un café”. Pero el coach no está satisfecho con eso. “Eso es solo lo que haces, no lo que eres”, te dice. “¿Quién eres en esencia?”. Y es entonces cuando sientes la imperiosa necesidad de escapar por la ventana.
En las sesiones grupales se reúnen personas que están igual de confusas que tú, tratando de entender qué demonios es eso de “ser vs. hacer”, “mirar vs. ver” o “escuchar vs. oír”. Esto es como un teatro del absurdo en el que todos son actores improvisados.
Uno de los conceptos favoritos del coaching ontológico es el del “quiebre”. No te preocupes, no es que hayas roto algo de valor (aún). Un “quiebre” es simplemente una interrupción en tu estado emocional, una barrera que te impide alcanzar tu verdadera esencia; incluso he leído por ahí que es “una interrupción en el fluir transparente de la vida” ¡Cojones! Y, ¿cómo se resuelve un quiebre? Bueno, te sugieren que lo “abraces”, como si fuera una farola.
Pero tu viaje de autodescubrimiento no acaba aquí, aún hay más. En el coaching ontológico, también se cree que el cuerpo es una herramienta fundamental para conectar con el ser. Eso significa que, en lugar de simplemente hablar de tus problemas, te pedirán que tomes posturas de poder y respires profundamente, como si tu abdomen fuera un depósito de energía cósmica. Si alguna vez has intentado hacer la postura del guerrero mientras reflexionas sobre la endeblez de tu salario, sabrás que es más complicado de lo que parece.
Pero lo más interesante para mí es cómo el coaching ontológico ha encontrado su camino en el mundo empresarial. Imagina una sala de juntas donde, en lugar de hablar de métricas de rendimiento, tu jefe te dice que debes “alinear tu ser con los objetivos organizacionales”. De pronto, el lenguaje de los negocios ha sido reemplazado por frases que suenan sacadas de un retiro espiritual. Mientras tanto, los plazos siguen acercándose y los informes siguen sin estar terminados.
Por supuesto, no todos los coaches ontológicos son unos charlatanes. Algunas personas encuentran un valor real en estas sesiones, logrando reflexionar sobre sus patrones de pensamiento y sus emociones de maneras que antes no habían considerado. Pero el problema surge cuando el lenguaje místico y las preguntas abstractas eclipsan la posibilidad de hacer cambios prácticos en la vida diaria. Cuando estás más preocupado por entender el significado de “co-crear posibilidades” que en resolver tus verdaderos problemas, es que algo va mal.
Y, claro, en nuestro mundo capitalista aparece también el asuntillo del coste. El precio de descubrir tu “verdadero ser” puede dejarte financieramente lesionado. Aunque claro, nuestro coach ontológico nos puede decir aquello de que el dinero no existe, es solo una construcción mental limitante. Lástima que nuestro casero no esté de acuerdo.
En este punto, podría parecer que estoy siendo duro con el coaching ontológico. Y en parte es así, porque, seamos sinceros, hay algo inherentemente cómico en todo este lenguaje esotérico y metáforas rebuscadas. Pero también hay un punto más serio: el coaching ontológico, como tantas otras disciplinas, puede tener el potencial de ayudar a las personas a explorar aspectos de sí mismas que de otra manera podrían ignorar. El problema es que, en su afán por sonar profundo, a veces se pierde en su propia nube de palabras.
Así que, como todo en la vida, quizás lo mejor sea tomarlo con un poco de escepticismo y mucho humor. Al final del día, todos estamos en este viaje de autodescubrimiento, tratando de averiguar quiénes somos, qué queremos y cómo lograrlo. Si un coach ontológico puede ofrecerte alguna orientación en ese camino, genial. Pero recuerda que no todas las respuestas necesitan ser envueltas en una metáfora y que, a veces, la solución más sencilla es la mejor.