Me decía ayer un amigo que siempre me meto con el PSOE y muy raramente con el PP, que se me ve el plumero. Por más que le intentaba explicar que nunca he tenido plumero, por más que le decía que viviendo donde vivo, Sevilla, me gobiernan los mismos en el Ayuntamiento, la Comunidad Autónoma y el Estado, y que estoy cansado de oir tontadas sobre la sostenibilidad, la igualdad, y la …dad, y de no ver ni una solución a ninguno de los problemas que tenemos; él me contestaba que estando como estamos sólo se puede estar a favor de los derechos, con el Gobierno, o en contra, con el PP. Lo interesante de su argumentación es que vuelve a poner sobre la mesa la ideología del enfrentamiento que el progresismo español lleva un tiempo promoviendo para escarnio de propios y extraños. Total, que al confirmarle yo lo que él ya pensaba, pero ajustando un poco mi respuesta a su necesidad de enfrentamiento, le dije que su argumento era falso, más aún, deliberadamente falso y que eso le convierte a él y a sus correligionarios en unos miserables.

Y él me dijo, antes de pedir otro cubatita, que por mi taxativa forma de expresarme parece que yo estoy por encima de las cosas, en absoluta posesión de la verdad. Y esto me hizo pensar en algo que me dijeron hace unos pocos días.

Según una popular encuesta realizada en las últimas semanas yo soy una persona que se ve a sí misma como “más allá del bien y del mal”. Jeje, mola.

Hace algún tiempo ya que leí a Nietzsche, pero aún recuerdo algunas cosas que resultan interesantes. Por ejemplo, en su obra “Más allá del bien y del mal” realiza una dura y profunda crítica de los valores morales como fetiches. El amigo Friedrich era un tipo inquietante. Propuso algunas ideas que por mal vistas que estén no tengo más remedio que apreciar y en ciertos aspectos compartir. Una de ellas, no recuerdo ya en que libro fue desarrollada, es que los esclavos no accionan en términos morales, sino que reaccionan, es decir, necesitan algo exterior, mientras que, en contraposición, la moral aristocrática nace de la afirmación de lo propio. Aunque no creo que los encuestados tengan un conocimiento particularizado de la filosofía de Nietzsche -más allá de lo que se suele decir de que era un filósofo nazi-, que usaran esa frase para describir mi actitud me ha hecho pensar y recordar al pobre Federico, y la profundidad de muchos de sus planteamientos. Lamentablemente hoy es impensable que surgiera alguien como él, tan alejado de lo políticamente correcto y tan asistemático. Nietzsche, el filósofo detestado por los políticos, el que nos señaló que el “bien común” es una formulación contradictoria en sus propios términos, el que hizo ver que la auténtica tarea no es correr tras la necesidad sino determinarla, el que criticó con ensañamiento el espíritu de rebaño que elimina el valor propio del individuo. Nietzsche, uno de los tres maestros de la sospecha, junto a Marx y Freud.

Desgraciadamente no tenemos demasiadas figuras con la independencia y el arrojo que él mostró en su enfrentamiento con la tradición filosófico-moral de Occidente, desvelando que sus fundamentos están fuera del hombre, en un mundo sobrenatural del que no tenemos constancia, un mundo que gira en torno a Dios y castiga los instintos vitales, un mundo que en definitiva sacrifica lo que de humano hay en el hombre para especular con el afán de trascendencia.

En fin, no trataré ni mucho menos de explicar a Nietzsche en un folio, pero sí que me interesa que quede claro que ese bien y ese mal son puntos de vista morales que, como mostró el filósofo alemán, ya no retratan la realidad que vivimos. Así que, sí, me encantaría estar efectivamente más allá del bien y del mal con el amigo Federico y no más acá con la insulsa ralea política que nos devora el alma y la cartera.