El lenguaje es, entre otras cosas, un sistema de proyección de la realidad, por tanto un reflejo de lo social. Y al igual que la realidad, ocurre también que nuestra lengua se rige por un principio económico, en este caso el que nos evita explicitar lo implícito. Dicho de otro modo, el que nos evita tener que desdoblar un término cuando implica cuestiones relacionadas con el género (que nada tiene que ver con el sexo).
Además el lenguaje es un sistema contextual. Es decir, el contexto determina la forma en que captamos el mensaje. Existe un contexto lingüístico, también el contexto del emisor, y, por supuesto, el contexto del receptor. Y resulta que eso que se llama sexismo lingüístico, no está en el lenguaje, sino bien en el emisor, bien en el receptor.
Ahora tenemos el caso del término “criatura” que el Ministerio de Sanidad, a través de una cosa que se llama Estrategia Nacional de Salud Sexual y Reproductiva, quiere que sustituya al término “bebé”. A juicio de quienes se ocupan de esto en el Ministerio “criatura”, aunque de género femenino, no tiene marca de sexo, mientras que “bebé” parece ser que sí.
La confusión entre género y sexo es una boba aberración. Es un caso más del cambio ideológico que nos quieren grabar a sangre y fuego en nuestras estúpidas cabezas. Así continuemos perseverando en la ignorancia y no digamos nunca más: “Asistieron a sus bodas de plata sus padres, sus hijos, sus tíos y todos sus sobrinos”. No. “Asistieron a sus bodas de plata sus padres y madres, sus hijos e hijas, sus tíos y tías y todos y todas sus sobrinos y sobrinas”. Imaginaos una novela escrita con este tipo de lenguaje. Pocas cosas más ridículas, ¿no? Es algo así como una infección de nuestro lenguaje.
Ya dijo la RAE que “el uso genérico del masculino gramatical se basa en su condición de término no marcado en la oposición binaria masculino/femenino”. Los grupos que reclaman a la RAE que modifique el idioma no tienen una idea clara de qué es un idioma. Y es, desde luego, algo más que un gigantesco conjunto de palabras.
Pretender que son las palabras y la gramática las que discriminan a las mujeres es una absoluta sandez. Discriminan hechos y comportamientos.
Como tenemos la irresistible tendencia a mezclar churras con merinas lo que se intenta normalmente es confundir entre sexismo lingüístico y simplemente sexismo. No es lenguaje sexista afirmar, por ejemplo, que “las mujeres friegan mejor que los hombres”. Trasluce sexismo, sí. Pero no tiene nada que ver con lo lingüístico.
Contrariamente a lo que decía un panfletillo sindical el uso del género masculino como neutro no es “un error cultural” ni un “vehículo de transmisión de valores y conductas de dominación”. Un panfletillo que recomendaba sustituir expresiones de dominación como “bombero” por “profesional del servicio de extinción de incendios”, “psicólogo” por “profesional de la psicología” o “el firmante” por “la persona que firma”. Desternillante.
He visto en Internet que se usa mucho como ejemplo de lenguaje sexista aquello de “llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Basta con que un merluzo lo diga una vez para que mil besugos lo sigan. Por cierto, que según la leyenda la frase la pronunció una mujer, Aixa, la madre de Boabdil, allá por 1492. Sobre este tipo de cuestiones os recomiendo vivamente que veáis la entrada “lenguaje sexista” en la Wikipedia. Os ilustrarán sobre las diferencias entre un zorro y una zorra. Después podéis rematar la consulta en la web de la Federación de Mujeres Progresistas donde podréis leer cosas como que el lenguaje invisibiliza a las mujeres y que eso supone vulnerar el derecho fundamental de “la existencia y representación de esa presencia en el lenguaje”. ¡Redios!
Lo lamentable de todo este asunto es que parece que se ha aceptado tácitamente que el lenguaje es sexista. Sin embargo, sólo aquéllos que quieren proyectar una imagen “con perspectiva de género” por razones normalmente institucionales se preocupan de procurarse ese lenguaje políticamente correcto. Se nos pretende decir que el lenguaje fotografía la situación o la posición de la mujer en la sociedad. Bueno, resulta que esto es una versión particularizada de la teoría Sapir-Whorf, cuya validez está aún por demostrar, y que viene a decir que la estructura del lenguaje refleja la cosmovisión de sus hablantes. A partir de ahí, pretender que cambiando el lenguaje cambiará el estatus de la mujer es un triple salto mortal de difícil explicación científica y que desde luego otorga al lenguaje un poder que nunca ha tenido. Es una posición relativista y determinista.
La lengua es un código común, como nos enseñó Saussure –considerado el padre de la Lingüística; no sabemos quién es la madre-; la lengua es un sistema de signos en que cada uno de ellos se define por sí y por las relaciones con el resto de los signos y, por ello, como también nos enseñó Saussure no es posible legislar sobre sus usos.