Fue un pensador fragmentario y disperso, un marxista heterodoxo con una cierta tendencia a la platonización, al idealismo. Situado en el límite -el lugar donde se vive en soledad- fue allí, en el límite, en la frontera, y así, en soledad, donde fue a morir. Acusado por Horkheimer de no ser un buen materialista, habría que concederle algo de razón al gran Max, puesto que Benjamin, por poner sólo un ejemplo, afirmaba el honor como espiritualidad materialista, o el poder de la narración y de la palabra sobre el cuerpo: por ello “el hombre comunica en el lenguaje y no por el lenguaje”.

Sus ideas fundamentales giran alrededor de la idea de presente y sobre la conexión de la política con la memoria, en tanto que categoría interpretativa donde poder leer lo que nunca fue escrito. Y precisamente el presente y la memoria atraviesan esa concepción benjaminiana del cuento como hilo conductor entre lo tradicional y lo actual.

La crítica busca los procedimientos que rigen la construcción de la experiencia; por ello, es el camino que determina la transición desde el mito, desarrollando las estrategias narrativas y definiendo las formas de su representación. Es la crítica, para Benjamin, un merodeo en busca de huellas, y estas huellas están en las ruinas (en las cosas) y en las alegorías (el pensamiento). Es decir, para él el pensamiento crítico se genera en la escombrera.

Para él lo destructivo tiene también carácter tonificador, puesto que al juzgar algo como sobrante, lo elimina; el carácter destructivo “no vive del sentimiento de que la vida es valiosa, sino del sentimiento de que el suicidio no merece la pena”.

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La teoría de Benjamin sobre el Ángel de la Historia (leyenda talmúdica) se establece como un ciclo eterno de desesperación, profundamente pesimista y ofreciendo resistencias al progreso.

El ángel mira al pasado, que es destrucción (material) y barbarie, y pone en cuestión la idea de progreso, la idea de que existe una continuidad, que junto a la causalidad y la idea de progreso conforman la razón histórica contra la que Benjamin se posiciona. La trampa que nos muestra el ángel de la historia es que la mirada hacia el pasado nos impide escapar del futuro puesto que ambos momentos quedan atrapados por la idea de progreso/continuidad. Pero Benjamin entiende que no hay historia sin memoria y sin identidad, y es la amalgama de ambos conceptos, historia e identidad, lo que hace converger pasado, presente y futuro. En otro aspecto será esa convergencia la que a través de una unicidad esencial dé lugar al aura, ese “extraño tejido de espacio y tiempo”. La pérdida del aura, en la obra de arte, mediante la reproducción técnica, será el momento de la transformación de la obra de arte en producto y del artista en productor.

dialectica-simple-procTambién Benjamin intenta rescatar a la dialéctica del movimiento clásico tesis/antítesis/síntesis y llevarla a un movimiento de posiciones y negación de las mismas, siendo el  movimiento la auténtica correa de distribución del proceso dialéctico. Y va a ser precisamente el movimiento, la intermediación entre una posición y su negación lo que va a constituir el eje de las preocupaciones de Benjamin. Ese movimiento va a ser padecimiento, que nos llevará al conocimiento de la realidad por el camino de la experiencia (percepción). Pero surge un contratiempo: la percepción no es global, aparece en elementos diversos y en formas diversas.

Esta es en lo esencial la mirada filosófico-histórica de Walter Benjamin, una mirada que parte y vuelve al Angelus Novus, y que lo sitúa en el centro de su reflexión.

“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se muestra a un ángel que parece a punto de alejarse de algo que le tiene paralizado. Sus ojos miran fijamente, tiene la boca abierta y las alas extendidas; así es como uno se imagina al Ángel de la Historia. Su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado, pero desde el Paraíso sopla un huracán que se enreda en sus alas, y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras los escombros se elevan ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso”.

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A este pensamiento, paradójicamente, lo llama Benjamin “dialéctica de la quietud”.

“El historicismo plantea la imagen «eterna» del pasado, el materialista histórico en cambio plantea una experiencia con él que es única. Deja a los demás malbaratarse cabe la prostituta «Érase una vez» en el burdel del historicismo. El sigue siendo dueño de sus fuerzas: es lo suficientemente hombre para hacer saltar el continuum de la historia”.

Benjamin entiende la historia como imagen dialéctica de la memoria, queriendo significar con ello que la historia no es una fotografía de un pasado muerto sino que debe apuntar a una visión del presente. La historia debe hacer presente lo ausente y eso para él es “plantarla en nuestro espacio (y no nosotros en el suyo)”. Por ello la memoria ocupa un lugar capital en su reflexión, porque es un arma cargada de futuro. Y es esa carga de futuro lo que le otorga un valor político a la lectura del pasado. La memoria debe revitalizar el presente y con ello impulsar el futuro. Y es aquí, en este entorno filosófico-histórico, donde podemos inscribir la idea de constelación, porque la misión del historiador no será otra que la de captar la constelación en que se encuentra su época con respecto a otras. Y esa constelación vendrá determinada por la idea del “ahora”, que a un tiempo contiene fragmentos de lo pasado y gérmenes de lo por venir. Es decir, la constelación potencia la idea de ruptura del tiempo histórico (“tiempo de opresores”, dirá Benjamin) en tanto que pliegue temporal donde pasado y presente se funden generando algo nuevo, que es germinalmente revolucionario: es el tiempo mesiánico. Lo que ha sido en relación con el ahora (rompiendo la escala puramente temporal) y que tiene su clave en la imagen, que no es para el filósofo, sino “dialéctica en reposo”). Esto es precisamente lo que crea la percepción política de la historia, y esa es la razón de que la labor del historiador sea analizar la historia desde el presente.

walter benjamin 6A pesar de su concepción pesimista de la historia si concibió Benjamin esperanzas acerca del progreso de la técnica. Porque ésta, y en concreto la reproductibilidad, muestra el potencial de lo revolucionario al suprimir no sólo el “ahora”, sino también el “aquí”, asociados ambos al ritual de contemplación de la obra de arte; para él, la fotografía nos ofrece un “ahí perdido”. Con ello la obra gana independencia, gana autonomía, se aleja del rito. Y aquí Benjamin enfrenta el valor de la exposición con el valor aurático, lejano, quintaesencial.

No obstante sus esperanzas se ven frenadas al ver que la reproductibilidad técnica (en concreto, a través del cine) no provoca necesariamente cambios sociales y/o políticos y que el potencial revolucionario queda frenado por la mercantilización, por el fetichismo de la mercancía (Lukacs), con lo que de hecho, se nos muestra una ambivalencia entre progreso y abandono de lo tradicional, en la que finalmente Benjamin se muestra partidario de lo antiguo y oprimido.

Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro. El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a p1unto de subyugarla”.

Y es en el oscilante camino que establece el tercer paso de la dialéctica, en ese transitar entre la posición y su negación, donde podremos descubrir el punctum, ese elemento que, movido por el azar podrá acudir al rescate del aura extraviada, cuya recuperación transformará una cosa en arte.